Voté por Gustavo Petro embriagada de ilusión, contagiada por sus promesas de cambio, por su discurso de amor a los pobres y a la naturaleza, por su clamor de justicia social y por el pacto que suscribimos juntos, tras mi elección como senadora, para sacar a los animales de la miseria. Petro pareció entender y aceptar mis planteamientos de que no es posible lograr la paz mientras haya violencia contra los seres más indefensos, y que el Estado, para ser justo, debe superar el olvido en el que ha mantenido a las criaturas más frágiles de nuestra sociedad. Recuerdo que rematamos la firma con un abrazo y con el corazón hecho a dos manos que signó su campaña como símbolo del amor.
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