El físico alemán Werner Heisenberg, (Wurzburgo, 1902; Múnich, 1976) se refugió hace un siglo en la pequeña isla de Helgoland (1.300 habitantes en la actualidad) huyendo de su alergia. Tenía solo 23 años cuando, en ese entorno frío y ventoso, formuló el principio de una de las teorías llamadas a revolucionar el conocimiento de la física y prometer un nuevo mundo. El centenario de este descubrimiento ha llevado a Naciones Unidas a proclamar este 2025 Año Internacional de la Ciencia y la Tecnología Cuánticas, un evento con realidades y promesas que despierta a partes iguales escepticismo y entusiasmo. Sin esa ventana que abrió Heisenberg, hoy no serían posibles el móvil o los circuitos de los ordenadores o las pantallas planas. Sin los contraintuitivos principios cuánticos, la farmacología, la medicina o la metrología no estarían mirando un futuro prometedor. Pero a la anunciada revolución aún le queda camino y eso frustra expectativas porque, como sucede en el ámbito de la computación, es la herramienta esperada para abrir definitivamente todas las puertas.
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