No era fácil para Marina Heredia tomar otro camino. Tampoco quiso hacerlo. De niña, en casa, sus juegos eran el cante y el baile. Lo había recibido desde la cuna, con su abuela gitana y cantaora, también con su padre cantaor. Nacida en Granada, específicamente en el Albaicín, el barrio más antiguo de la ciudad andaluza, su rumbo estaba escrito: el flamenco.
Sus primeros pasos los dio en el baile, pero muy pronto se dio cuenta de que ahí no estaba su verdadero talento. Empezó a cantar en la adolescencia y a partir de ese momento llegaron los aplausos, los premios, los reconocimientos. Hoy es considerada una de las voces más representativas del flamenco puro. Recorre con su voz escenarios de su país y del mundo. Ha grabado cinco discos en los que se mueve con propiedad por todos los palos y, sin abandonar sus raíces, se ha aproximado a otros terrenos como el tango o el bolero. Nada le es ajeno a esta cantaora de 44 años cuando se sienta al lado de una guitarra. O incluso cuando canta rodeada de una sinfónica.
Marina Heredia vendrá al país en enero para participar en el Festival de Música de Cartagena. Allí cantará en tres ocasiones: con su grupo habitual, junto a la Orquesta Sinfónica de Castilla y León como solista en El amor brujo, de Manuel de Falla, y en Canciones españolas antiguas, con temas compuestos por García Lorca. Hace diez años ella vino al mismo festival. “Me encantó la ciudad antigua, el clima, su gente. Me recordó mucho a Andalucía”, dice Marina, desde su casa del Albaicín.
Usted nació rodeada de flamenco. Su padre es el cantaor Jaime Heredia, ‘El Parrón’. Su abuela fue la cantaora y matriarca gitana Rosa Heredia, ‘La Rochina’. ¿Qué tanto marca la sangre el camino que se toma?
Marca mucho. Porque lo tienes interiorizado y normalizado desde que naces. Lo llevas dentro, te es familiar. Pero llega un momento en que tienes que plantearte si lo que quieres realmente es ser uno más de la familia o emprender tu propia pelea, tu guerra, con tus ideales y tus gustos. Cuando eso pasa, tienes que coger el toro por los cuernos y empezar el camino.
¿Ha sido difícil seguir esa ruta propia?
El camino siempre va a ser difícil, por muy arropada que estés. Porque cuando eres “hijo de” también se te cuestionan muchas cosas. El camino va a ser difícil si te lo tomas en serio y tienes un compromiso real con lo que haces. Pero es cierto que, en mi caso, al venir de una familia flamenca, hay una parte de la ruta que ya he recorrido, que me han ayudado a andar. Porque me he criado en eso. Mis juegos de infancia, con mis primas, eran cantar y bailar.
Nació y vive en el barrio más antiguo de Granada, Albaicín, que está rodeado por el Sacromonte, que es gitano por excelencia. Un territorio en el que se han sembrado las raíces del flamenco puro. ¿El cante granadino tiene
un sello especial?
Es muy particular. Ten en cuenta que por Granada han pasado muchas civilizaciones y han dejado muchas huellas. La árabe, antes de los cristianos. Los gitanos, que entraron a España por aquí e hicieron su primer asentamiento. Todas esas influencias unidas —musicales, gastronómicas, de vocabulario…— se ven reflejadas en el flamenco de Granada. Por eso es distinto al de otros sitios. No es mejor ni peor, pero sí diferente.
¿Qué mantiene vivo el flamenco hoy en día?
La verdad que tiene. Su sinceridad, su pureza. Es una música que sale de dentro y eso no pasa de moda. Tiene sus altibajos, hablando de venta de tickets, por decirlo de alguna forma, pero es una música base, una disciplina muy profunda. Hoy, con las redes sociales, tenemos más exposición. Pero no hay que olvidar que hubo una generación clave, anterior a la nuestra —Paco de Lucía, Camarón, Carmen Linares, Lole y Manuel, Enrique Morente, Manolo Sanlúcar—, que cumplió un papel fundamental en la expansión del flamenco en todos los sentidos. En el artístico y en el territorial.
Usted editó su primer disco, Me duele, me duele —con bulerías, alegrías, tangos, rumbas— en 2001, cuando tenía 21 años. ¿Cómo ve hoy a la Marina Heredia de ese comienzo?
La Marina del inicio era muy inocente. Era una niña, prácticamente. Con muchas ganas de hacer cosas, de comerme el mundo en el flamenco. A lo mejor con mucha prisa, en ese momento.
¿Y en el flamenco es mejor la pausa, ir despacio?
En el flamenco y en la vida. Hay que pensar las cosas más de dos veces antes de hacerlas. El flamenco, en especial, bajo mi punto de vista, hay que paladearlo más, pensarlo más, disfrutarlo, no correr.
¿Cuáles eran, en ese inicio, sus voces referentes de cantaores y cantaoras?
Mis referentes han cambiado poco. Algunos me acompañan desde que tengo uso de razón. Entre las mujeres me ha gustado mucho La Paquera, una cantaora muy poderosa vocalmente. También Adela La Chaqueta, que era todo lo contrario: una artista más acaramelada que poderosa. He contado con la suerte de tener como referente, además como amiga y compañera, a la maestra Carmen Linares, una persona que me sigue enseñando mucho. A ella le puedo preguntar de tú a tú cuando necesito algo, y eso es una suerte. En hombres, Camarón siempre ha sido mi gran referente. Después de mi padre, que es la primera voz que tengo en mi memoria, en mi oído. Y hay muchos otros cantaores. Perrate, El Chocolate, Valderrama. Muchos.
¿Qué tan importante ha sido Federico García Lorca para usted? No solo en su carrera, sino en su vida.
Muy importante. Federico siempre ha estado conectado a los flamencos, muy cerca de nosotros. Mucho más para los que estamos en Granada. Aparte de eso, en mi casa tenemos la suerte de ser amigos de su familia. Laura, su sobrina, es íntima amiga de mis padres. Desde que soy pequeña la he visto en nuestras reuniones familiares. Así que me llega por todos lados. Hice un espectáculo que se llamó Lorca y la pasión, que para mí ha sido un antes y un después en mi carrera y en mi ser. Eso fue la gota que colmó el vaso, porque prácticamente tuve que hacer un máster sobre Federico para poder comprenderlo e interpretarlo bien. Ahí me enamoré del todo de él.
En ese espectáculo, que usted dirigió, no solo cantaba, también actuaba. Dio vida a cuatro mujeres claves en la obra de Lorca…
Todo el proceso de creación fue maravilloso, enriquecedor. Y estar treinta y tres días seguidos haciéndolo fue una pasada. Se estrenó el 18 de julio, que es el día de santa Marina y san Federico. Esas casualidades me hicieron pensar que él estaba allí. Fue un reto difícil, pero muy bonito. Tanto, que tengo pensado seguir por ahí.
Ha contado, de hecho, que está trabajando en una obra basada en Yerma…
Sí, con una adaptación hecha por Luis García Montero, que es un genio. Es un monólogo. En algún momento cantaré, pero no va a ser una obra musical. Todavía no hay fecha de estreno porque he estado con mucho trabajo. Antes tengo que grabar mi próximo disco.
Hablando de discos, en 2021 publicó Capricho, en el que interpretó temas que están por fuera del repertorio flamenco. Con su sello personal, cantó rancheras como Fallaste corazón o baladas como El triste. ¿De dónde viene ese vínculo con la música latinoamericana?
Siempre he sido una enamorada de la música latina. En el camerino no caliento la voz con Camarón, la caliento con Blanca Rosa Gil o con Marc Anthony. Para mí fue un capricho hacer ese disco. Además el flamenco tiene mucha influencia suramericana. Existe una familia de cantes flamencos, los cantes de ida y vuelta, que ya vienen y van de allí. O sea que yo no he inventado nada. Ya estaba hecho.
Ustedes pueden llevar a su terreno muchos géneros, pero al revés la cosa no siempre funciona tan bien…
El flamenco tiene esa peculiaridad. Los intérpretes podemos hacer muchas cosas de otras músicas. Pero un cantante de ópera, por ejemplo, no puede cantar por seguiriyas. Es imposible.
¿En qué palo, en qué estilo de cante, se siente mejor?
Depende del día. Soy una artista muy voluble. Empatizo mucho con todo, sea un problema o una alegría. Lo sufro, lo siento. Todo cambia según el día y el público con el que esté en ese momento. Pero, a lo mejor, puede ser que con la soleá. O con la seguiriya.
Lleva muchos años al lado del mismo guitarrista, José Quevedo. ¿Cómo puede explicar la importancia de la guitarra para los cantaores?
Es nuestro acompañante natural. Los guitarristas que acompañan bien a los cantaores suelen ser cantaores frustrados. Paco de Lucía, por ejemplo, era un cantaor frustrado. Él lo decía. Al guitarrista le tiene que gustar el cante. Tiene que conocerlo igual que lo conoce el cantaor. Si no es así, se va a notar. Llevo muchos años con el mismo guitarrista, pero a veces, por compromisos suyos previos, he tenido que buscar otro. No pasa nada. Los códigos son los mismos. Aunque es verdad que luego el bisturí no entra hasta donde tiene que entrar.
¿Y cómo se siente acompañada de una orquesta sinfónica?
Muy bien. Es una experiencia distinta, por supuesto. El flamenco es elástico, tiene un lenguaje interno, que no se ve, pero todos los que estamos en el escenario lo conocemos. Si yo me retraso o me adelanto medio compás, sé que los que están en el escenario van a reaccionar y a saber recogerme. Con una orquesta esto es imposible. Ahí, como te metas antes, imagínate la que se forma. Los clásicos tienen una disciplina mucho más estricta, más severa que nosotros en ese sentido.
En el Festival de Cartagena va a cantar en El amor brujo, que ya ha interpretado con sinfónicas tan importantes como la de Chicago. ¿Qué conexión tiene con esa obra de Manuel de Falla?
Me gusta mucho hacerla. Me gusta el contenido, lo que cuenta, la composición musical. Siempre que la hago me imagino a Falla y a ‘La Argentinita’ por allí. Y es curioso: siendo la misma obra, nunca es la misma. Depende mucho del carácter que tenga la orquesta, y sobre todo del director. Hay veces que lo disfrutas más, hay otras que es algo más profesional. Nunca sabes lo que te vas a encontrar.
En la versión cinematográfica que hizo Carlos Saura de El amor brujo, en 1986, la banda sonora tuvo la voz de Rocío Jurado. ¿Qué opina de esa interpretación?
Me encanta. Rocío era increíblemente brillante, muy profesional, y además afinaba de forma perfecta. A lo mejor hay otras versiones que me llegan más, porque son más flamencas. Ella era más coplera. Pero Rocío, bueno, es que era un portento.
El año pasado usted cantó ante los asistentes a la Cumbre de líderes europeos, en Granada. ¿Sintió que era un reconocimiento al flamenco? ¿Qué tanto se defiende este arte en España?
No tanto como deberían. Cuando hablé, en medio de esa actuación, di las gracias porque volvieran a contar con el flamenco como seña de identidad de este país. Es cierto que todos los actos donde hay que representar a España en el exterior está el flamenco, pero las instituciones no terminan de darle el cobijo que necesita, el respaldo para poder seguir creando. Afortunadamente hay mucha gente joven comprometida con el flamenco puro y duro.
Cuando no está en medio de recitales, cuando está en su casa sin conciertos pendientes, ¿oye flamenco?
Es lo que menos escucho. Yo oigo flamenco cuando necesito recordar o aprender algo nuevo. Por ejemplo ahora, para el disco que está en camino, tendré que ponerme a estudiar. Porque siempre encuentras un cantaor que no habías escuchado, o al que le descubres algo que se te había pasado por alto. Nunca se deja de aprender.
No se le puede dejar todo al duende, como ha dicho…
El duende viene cuando tienes la casa hecha. Si no, es imposible que aparezca. Si tú no sabes cantar una soleá, cómo te va a venir el duende cantando por soleá. Necesitas tener un trabajo de base que te dé la seguridad, te dé la soltura para que el duende llegue.
Viaja con su cante de una ciudad a otra, de un país a otro, pero siempre vuelve a Granada. ¿Se ve viviendo
en otro lugar?
Espero que no me haga falta, porque mi centro neurálgico es el Albaicín. Para mí es muy importante tener la libertad de decir: esto lo hago y esto no. Si no es así, todo se convierte en un trabajo y deja de ser una vocación. Y ya no se disfruta. Por eso desde hace tiempo me tomo el lujo de elegir.
MARÍA PAULINA ORTIZ
Cronista de EL TIEMPO