No me canso de decir lo que, de todas formas, ya todo el mundo sabe: vivimos hoy en una burbuja de información, cada uno de nosotros encerrado en la suya, cada uno incapaz de ver el mundo que ven los otros. Sabemos también, los que hemos querido enterarnos, que las consecuencias de este estado de las cosas para lo que llamamos democracia, una manera de convivencia que depende de la negociación constante, son absolutamente destructivas: si no vemos el mundo que ven los otros, ¿cómo podemos ponernos de acuerdo en algo? Hemos aprendido que el secuestro de nuestra atención se lleva a cabo mediante mecanismos corrosivos: la indignación manufacturada, la crispación inducida, la excitación de nuestras peores pasiones. Pero a muchos no parece importarles esto, o no lo suficiente como para tomar medidas; porque el mismo mecanismo que a veces les incomoda, a veces también les favorece, y eso es suficiente para cerrar los ojos ante los problemas.
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