Lo conoció en enero de 1979, en un restaurante de Lima. Era la primera vez que probaba la comida peruana. En la mesa estaban también Fernando de Szyszlo y Jorge Edwards. Desde entonces, para el historiador y ensayista mexicano Enrique Krauze, Mario Vargas Llosa fue una presencia entrañable y ejemplar.
Vargas Llosa siempre acompañó de cerca el debate de ideas en México. Escribió en la histórica Plural, editada por Octavio Paz, y en Vuelta. El último cuento del nobel peruano, Los vientos, lo publicó en Letras Libres, que edita Krauze cada mes. Su próxima entrega, programada en junio, estará por entero dedicada al desaparecido nobel peruano.
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¿Cómo llega a México la onda sísmica de la noticia de la muerte de Mario Vargas Llosa?
Tras la consternación, una aceptación universal de la gloria literaria de Mario Vargas Llosa. Debido a la mezquindad propia de nuestro tiempo, no faltan en las redes sociales, aquí y allá, las famosas “salvedades”: gente que celebra al gran escritor, pero critica sus opiniones y sus actitudes políticas. Todo eso es banal y mezquino. Lo que queda es la gloria de Mario Vargas Llosa. Pienso que las mezquindades se van a olvidar. Lo que permanece es su obra gigantesca.
Lo que queda es la gloria de Mario Vargas Llosa. Pienso que las mezquindades se van a olvidar. Lo que permanece es su obra gigantesca.
enrique KrauzeEnsayista e historiador
Mucha gente, cuando dice “nos quedamos con su obra”, de pronto quiere aprovechar su fallecimiento para llamar la atención…
Enrique Krauze, historiador y ensayista. Foto:cortesía editorial tusquets
Cuando la gente dice: “Nos quedamos con la obra”, yo digo: “Es cierto, pero yo también me quedo con la persona”. Ante todo, quiero decir que Mario era un hombre decente. Un caballero en la noble y antigua acepción del término. Nunca le oí una palabra suya con una actitud desaforada, una expresión irracional. Como su prosa, Mario era clásico, claro, preciso. Tenía un temperamento apasionado, pero siempre lo guiaba la razón, la búsqueda de la verdad. Sobre todo, Vargas Llosa fue valiente siempre, en cada estación de su vida. Eso es para mí lo más admirable. Aunque ya había escrito El pez en el agua, un día le pregunté cuál sería el título de su autobiografía. Y me dijo: “Vida en libertad”.
Usted como historiador puede tener una mirada que balancea las ficciones de Vargas Llosa con su obra de no ficción. ¿Qué destacaría en ellas?
He dicho, y no es exageración, que Vargas Llosa es un escritor de aliento comparable al de Tolstói. De hecho, La guerra del fin del mundo lo vincula al escritor ruso. Pero luego La fiesta del Chivo lo acerca más bien a otros grandes novelistas como Dostoievski o como Conrad. Pero luego están sus novelas de tema amoroso, que lo acercan a Flaubert, autor que tanto admiró. Entonces, digamos que Mario Vargas Llosa comparte un lugar en ese olimpo.
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¿Y como ensayista, qué libros le resultan claves?
Para mí, fue revelador un libro como La utopía arcaica. Fue una radiografía de temas dolorosos y complejísimos, como son las tensiones de identidad de nuestro continente y en particular en el Perú y en México. Y luego, una autobiografía valientísima, pues Mario tenía, a diferencia de otras glorias literarias, una columna vertebral moral absolutamente coherente y ejemplar. En el fondo, lo movía la indignación moral ante el mal y, en particular, ante el mal que proviene del poder.
Su pasión por la libertad estaba ligada justamente a ese profundísimo resorte de indignación, de protesta, de resistencia, de defensa y de combate contra el poder injusto, opresivo.
Pienso que una razón de ello está insinuada en El pez en el agua: la relación con su padre, que tuvo esos rasgos tiránicos. Allí tienes mis destacadas en los terrenos de la ficción y de la no ficción. Pero, además, está el reportero extraordinario, el que a los 70 años se mete en Irak y en Medio Oriente, con la energía de un joven reportero hambriento de noticias, de explicación y de claridad. Además, está el articulista que defendía la libertad a capa y espada, que creyó como tantos que la habíamos conquistado para siempre en los años 90, y desgraciadamente hoy está en vilo. No solo en nuestra América, sino en el propio Estados Unidos.
Lo sigo creyendo: Vargas Llosa era un soldado de la libertad.
Enrique KrauzeEnsayista e historiador
Usted ha dicho que había un soldado estoico en el alma de Vargas Llosa.
Así es. Ese soldado se manifestaba desde sus horarios y sus rutinas hasta la disciplina con que escribía sus artículos. Había cierta continuidad marcial con su obra literaria. Lo sigo creyendo: Vargas Llosa era un soldado de la libertad.
ENRIQUE PLANAS
El Comercio (Perú) – GDA