Veinte días después, frente al pelotón de pantallas de terapia intensiva, la niña de mis ojos abre el párpado izquierdo y vuelve a ser la madre que mira a sus hijos como quien los abraza. Mira su nombre en el espejo donde parece volver a cargar a su nieta y otra vez mira como amorosa mujer fidelísima y ejemplar, hermana incondicional e infalible… quizá sin saber que mira como hija consentida a la santa madre que ha subido a una nube para ayudarla a despertar lentamente, poquito a poquito.
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