Ya no hay salones tan grandes como el de Fernán Gómez

Fernando Fernán Gómez, en una imagen de 1977.

Dice David Trueba en el prólogo a la reedición de El tiempo amarillo, que acaba de salir, que aún está por recuperar el Fernando Fernán Gómez televisivo. Sostiene Trueba que en España se castiga a quien destaca en varios ámbitos. Si eres actor, no puedes ser también director, o dramaturgo, ni muchos menos escritor. Fernán Gómez triunfó como actor, y eso hizo que sus películas como cineasta fueran recibidas con suspicacia y condescendencia, pese a que solo El extraño viaje, Ninette y un señor de Murcia o El viaje a ninguna parte ya le acreditan como uno de los directores más importantes del cine español. Tampoco se le celebró como dramaturgo, pese a que Las bicicletas son para el verano es una de las obras más relevantes del teatro español; ni como escritor, aunque El tiempo amarillo es un monumento literario a la altura de las mejores obras autobiográficas del siglo XX. Todo eso ha ido creciendo tras su muerte, hasta darle la vuelta al calcetín: hoy, quizá el Fernán Gómez que menos nos interesa sea el actor, que parecía el importante, el que le daba identidad.

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