La gran mentira de la Constituyente

Simpatizantes de Gustavo Petro en la Plaza de Bolívar, en Bogotá, se manifiestan a favor de una Asamblea Constituyente, el 24 de octubre.

¿Qué de bueno puede salir del experimento de una Asamblea Nacional Constituyente en los tiempos que corren? Esa pregunta parece tener una respuesta evidente según la orilla en la que usted se ubique, ya sea del lado de Petro o bien del lado del antipetrismo. Para los primeros, una Constitución reformada o una nueva carta magna es la garantía de que Colombia dejará de ser uno de los países más desiguales del mundo para convertirse en el paraíso terrenal. Para los segundos, una Constitución reformada es, palabras más palabras menos, el camino seguro hacia la venezolanización de Colombia. Estos últimos tienen fundamento para sus angustias, pues la consolidación de la dictadura de Chávez/Maduro se dio gracias a un cambio de Constitución; sin embargo, otros países que estuvieron en manos de gobiernos de izquierda, como los casos de Ecuador y Bolivia, también tuvieron cambio de Constitución y aunque en un primer momento se creía que iban a ser la consolidación de los proyectos de izquierda, al final no consolidaron nada, así como tampoco convirtieron a esos países en lugares menos pobres o desiguales.

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