—¿En qué parte del mundo estás? —le preguntó un amigo en junio pasado, a través de las redes sociales.
No tuvo respuesta.
—Te comprometiste conmigo para mi boda. Si no puedes cumplir, necesito saberlo —le pidió otro amigo un mes después.
Ninguna señal.
—No he sabido de ti en meses. No sé si estás bien —decía un nuevo mensaje, en octubre.
Silencio.
El pasado 18 de noviembre, desesperados por no tener noticias suyas, los familiares de Luigi Mangione presentaron una denuncia por desaparición. Llevaban más de seis meses sin saber de él. No era normal que se esfumara de esa manera, acostumbrado como estaba a escribir en sus redes y comunicarse con su gente cercana.
Tres semanas después de esa denuncia, su familia y sus amigos —el mundo entero, de hecho— supieron de él de la forma menos esperada: Mangione —de 26 años, nacido en Maryland— fue detenido por la policía, acusado de haber matado a Brian Thompson, director ejecutivo de UnitedHealthcare, la aseguradora más grande de Estados Unidos.
El 4 de diciembre, poco antes de las siete de la mañana, cuando se dirigía a una cita de negocios en el Hotel Hilton de la Sexta Avenida, en Nueva York, Thompson fue baleado por la espalda. Una cámara de seguridad permitió ver después los detalles del ataque: un hombre vestido de negro, con el rostro cubierto, dispara contra el ejecutivo de 50 años. En un momento su arma parece trabarse, pero lo resuelve rápido, se acerca a Thompson, que ya está en el suelo, y lo remata. Luego sale corriendo.
Los agentes de inteligencia comenzaron a seguir el rastro del que hasta ese momento era un sospechoso sin nombre. Las cámaras registraban sus movimientos por la ciudad, siempre con la cara oculta. Poco antes del crimen, el atacante se había detenido en un Starbucks para comprar un café y una barra de cereal. Las autoridades guardaron esas huellas y empezaron a retroceder el hilo con el fin de descubrir su identidad.
El sospechoso había llegado a Nueva York el 24 de noviembre, en un bus procedente de Atlanta. Con un permiso de conducir que resultó falso, se registró en un hostal del Upper West Side, cerca del Central Park. Fue allí donde, en un momento de coqueteo con una de las empleadas del hostal, hizo lo que los investigadores estaban esperando: se bajó el tapabocas y dejó ver su cara. Eureka: con la sonrisa que le ofreció a la chica, las autoridades lo tuvieron en la mira. En ese punto fue descrito como un hombre joven, blanco, de entre 25 y 30 años. Hasta ahí era imposible que alguien pudiera pensar que se trataba de Luigi Mangione.
La ‘niebla mental’ que lo perseguía
—Somos una promoción que genera nuevas ideas y desafía al mundo que la rodea —dijo Mangione en 2016, durante su discurso de graduación de Gilman School, la prestigiosa institución privada de Baltimore donde cursó su secundaria. Se había destacado como el mejor alumno y por eso fue elegido para hablar en la ceremonia.
Sociable. El más inteligente de la clase. Buen deportista. Encantador. Los halagos no dejaban de aparecer entre sus compañeros cuando se trataba de describirlo. El apellido Mangione ya era conocido y —hasta el momento— respetado en Baltimore. Su familia no solo es una de las más prósperas de la región, sino también una de las más comprometidas con organizaciones benéficas.
El poder del clan nació con su abuelo inmigrante, Nicholas, que empezó a trabajar a los 11 años como albañil y llegó a consolidar un imperio inmobiliario. Dueña de propiedades, de clubes deportivos, de estaciones radiales, la familia no parece tener ni por asomo dificultades económicas. Universidades y hospitales han bautizado con su apellido algunas de sus unidades y pabellones, como agradecimiento por su apoyo en causas sociales.
Ante ese panorama, no había razones para pensar que a Mangione no le esperaba un buen futuro. Creció rodeado de los suyos —sus padres, Louis y Kathleen; sus hermanas Lucia, que es artista, y MariaSanta, médica— y tan pronto se graduó de la secundaria entró a la Universidad de Pensilvania, donde obtuvo una licenciatura y una maestría en Ingeniería. Desde ese tiempo mostraba interés por el desarrollo de videojuegos. Llegó a crear, junto a unos amigos, una empresa dedicada a ello.
La vida digital deja huellas y ahora —tras su detención— han comenzado a aparecer mensajes suyos de esos años universitarios en los que mostraba que no todo era color de rosa. En Reddit —sitio web en el que mantenía una actividad frecuente—, Mangione llegó a hablar de la “niebla mental” que lo perseguía y que llegaba a entorpecer su concentración para el estudio. “Es brutal tener un problema que te paraliza la vida. La gente que te rodea no entiende tus síntomas”, dijo en uno de sus mensajes, a los que tuvo acceso The New York Times antes de que el sitio web los borrara. Pese a eso, Mangione logró graduarse con buenas calificaciones.
Sus primeros pasos laborales los dio en la empresa de tecnología TrueCar, que tiene sede en California. Con ellos trabajaba de forma remota. Gracias a eso, en 2022, decidió irse a Honolulu e instalarse en un rascacielos que ofrecía la empresa Surfbreak, con todos los servicios de co-working para emprendedores. Mangione cayó bien entre los demás usuarios del lugar, que lo describían como “un ingeniero competente y optimista”. Muy pronto les propuso a algunos de ellos crear un club de lectura, una de sus grandes aficiones.
Durante esos meses, en medio de una jornada de surf, sufrió un golpe en la espalda que le despertó una vieja lesión. El dolor era insoportable, les contó a sus compañeros, y les explicó que podía derivarse de un trastorno en las vértebras que venía desde la infancia. Según describió en sus redes, era algo que lo atormentaba y le impedía llevar una vida normal.
A mediados del 2023, Mangione dejó Honolulu con la idea de buscar solución en una cirugía. Poco antes había abandonado también su trabajo en TrueCar. Aunque le pagaban bien, se sentía aburrido. La operación quirúrgica pareció mejorar su situación y entonces pensó en viajar más lejos. Tailandia. Japón. Buscaba pasar un tiempo dedicado al yoga y a la lectura. Durante ese recorrido, Mangione también dio señales de las ideas que empezaban a ocupar su mente. En unas charlas que tuvo con el escritor indio-británico Gurwinder Bhogal —a quien conoció en ese viaje, según el Times—, “se quejó de la atención médica en Estados Unidos por ser demasiado cara” y mostró “su preocupación por el futuro de la humanidad”.
En el sitio web de lectores Goodreads, Mangione hizo reseñas que hoy —a la luz de lo sucedido— han generado el interés de los investigadores. A principios de este año, calificó con cuatro estrellas el libro La sociedad industrial y su futuro, de Theodore Kaczynski, más conocido como ‘Unabomber’, el famoso terrorista. “Es fácil descartarlo y verlo como el manifiesto de un lunático. Pero es imposible ignorar cuán proféticas resultaron muchas de sus predicciones sobre la sociedad moderna”, escribió en su reseña.
—Quiero un tiempo para relajarme —le dijo Mangione a un amigo el 27 de abril. A partir de ese momento sus comunicaciones se distanciaron. Al final perdieron contacto con él.
El ‘manifiesto’ Mangione
Cinco días después del asesinato de Thompson, con las alarmas activadas y una recompensa de sesenta mil dólares para quien diera una pista concluyente, la Policía de Altoona, Pensilvania, recibió una llamada. Era un empleado de un local de McDonald’s. Un hombre que estaba allí se parecía al sospechoso que buscaban. Mangione estaba sentado en una esquina, con el tapabocas en su rostro, aunque por momentos se lo retiraba para comer. Absorto en la pantalla de su computador portátil. Con un morral a su lado.
Los policías llegaron de inmediato. Se acercaron a él, le pidieron que se retirara la mascarilla y les mostrara su identificación. Mangione les pasó los mismos papeles falsos que había usado para registrarse en el hostal días antes del asesinato.
—¿Ha estado hace poco en Nueva York? —le preguntó uno de los agentes.
En ese momento, el ingeniero comenzó a temblar. Terminó por decir su nombre real. Luigi Nicholas Mangione. En su morral: las otras evidencias que lo comprometían con el crimen y de las que no se había desprendido. Una pistola casera con silenciador, fabricada con la ayuda de una impresora 3D, que coincidía con la del atentado. El carnet falso, bajo el nombre de Mark Rosario. Una bolsa Faraday, con la que pretendía impedir el rastreo de su celular. Y una nota escrita —con 262 palabras, según informaron los investigadores— que desde ese momento fue definida como el manifiesto de Mangione y en la que al parecer deja clara su responsabilidad en el asesinato de Thompson.
En su nota, habla contra UnitedHealthcare (compañía de la que Mangione no era usuario), protesta por la forma como las aseguradoras anteponen sus ganancias por encima de la salud de la gente y se queja de su “corrupción” y sus “juegos de poder”. Para ahorrarle trabajo a la investigación —de acuerdo con sus palabras—, afirma que nadie trabajó con él en este hecho.
—Me disculpo, pero tenía que hacerse. Estos parásitos se lo merecían —escribió.
Entre sus cosas también había un cuaderno argollado en el que, según CBS News, Mangione planteó la posibilidad de usar una bomba, pero se decidió por el tiroteo puntual contra Thompson porque era un método “más selectivo”, “que no ponía otras vidas en riesgo”. Sus huellas dactilares coincidieron con las que la Policía había encontrado en el vaso y la barra de cereal cerca de la escena del crimen. El arma encajó con los tres casquillos hallados, los que llevaban marcadas las palabras Deny, Defend, Depose, un mensaje que los investigadores han comenzado a asociar con las “3D” que críticos del sistema le achacan a algunas compañías de seguros de salud, interesadas en negar coberturas y evitar el pago de reclamos de sus usuarios.
Mangione fue detenido sin derecho a fianza. Al llegar al juzgado, gritó: “¡Esto es un insulto a la inteligencia del pueblo estadounidense!”. En Pensilvania enfrenta cargos por posesión de armas y falsificación de identidad. Pero lo más fuerte le espera en Nueva York, cuando se haga efectiva su extradición y deba responder por el asesinato de Thompson. Su intención, según su abogado, es impugnar ante los tribunales para no ser extraditado.
El mismo día de su arresto, uno de sus primos, Nino Mangione, legislador del estado de Maryland, afirmó que la familia se siente “devastada”. Los pocos amigos que han aceptado hablar con los medios estadounidenses se declaran sorprendidos. No había ni un antecedente, dicen, que relacionara a Mangione con actos de violencia.
Su transformación: “el asesino sexy”
En este caso hay un proceso que parece ir de la mano al judicial: el que está llevando a Luigi Mangione a ser considerado una suerte de celebridad. “The hot assassin”. El asesino sexy. Así es definido por miles de personas en las redes. Lo ven como un héroe que actuó en defensa de todos. El lunes, antes de su detención, su cuenta de X tenía menos de cien seguidores. Hoy roza los 500.000.
“Es muy atractivo, tienen que liberarlo”, dijo un usuario de esa red. “Necesitamos más tipos como él”, escribió otro. “Ojalá lo que hizo se vuelva tendencia y siga la limpieza”. Y así más mensajes. Algunos se han tatuado las “3D” de los casquillos y ya se venden camisetas con su rostro y esta frase: Guilty of Stealing my Heart (Culpable de robarme el corazón). Free Luigi, Luigi libre, piden muchos, que consideran que su acción fue “justificada”. Ya le han pedido a Netflix que haga una serie sobre su historia y un grupo anónimo creó un fondo para recaudar dinero y ayudar en su defensa. The December 4th Legal Committee (El comité legal del 4 de diciembre), se hacen llamar.
Mangione parece estar conquistando a una masa que no reconoce delito en lo que hizo. Sus fotos aparecen por todas partes. No solo las que lo muestran detenido: circulan decenas de imágenes suyas anteriores, en sus tiempos de colegio, de vacaciones en la playa. En fin. La oleada de apoyo ha salido del espacio de las redes e incluso ha llegado a las calles como amenaza: en Nueva York han aparecido carteles con el rostro de otros directivos de aseguradoras con la frase “Se busca”.
Cómo terminó convertido en criminal un joven talento, de cuna millonaria y educación selecta, es algo que todavía no está claro. Lo que sí se está viendo, día tras día, es cómo un sospechoso de asesinato se está transformando en ídolo de miles de personas.
MARÍA PAULINA ORTIZ
Cronista de EL TIEMPO