Las Líneas de Nasca, excavadas en una zona árida de la pampa del sur de Perú, son uno de los misterios más desconcertantes de la arqueología.
En el suelo del desierto costero, las marcas superficiales lucen como simples surcos. Pero desde el aire, a cientos de metros de altura, se transforman en trapecios, espirales y zigzags en algunos puntos, y en arañas y colibríes estilizados en otros. Incluso hay un gato con cola de pez.
Miles de líneas saltan acantilados y atraviesan barrancos sin cambiar de rumbo; la más larga es perfectamente recta y se extiende por más de 25 kilómetros.
Las enormes incisiones llamaron la atención del mundo a mediados de los años 20 gracias a un científico peruano que las divisó mientras caminaba por las estribaciones de Nasca. En el curso de la década siguiente, pilotos comerciales que sobrevolaban la región revelaron la enormidad de la obra de arte, que se cree que fue creada del año 200 a.C. al 700 d.C. por una civilización que precedió a los incas.
“Tomó casi un siglo descubrir un total de 430 geoglifos de figuras”, dijo Masato Sakai, un arqueólogo en la Universidad de Yamagata, en Japón, quien tiene 30 años de estudiar las líneas.
Sakai es el autor principal de un estudio publicado en septiembre en la revista Proceedings of the National Academy of Sciences que halló 303 geoglifos previamente inexplorados en tan solo seis meses, casi duplicando el número que se había mapeado hasta el 2020.
Los investigadores usaron inteligencia artificial junto con drones que volaron a baja altura cubriendo unos 630 kilómetros cuadrados. Sus conclusiones también brindaron una perspectiva sobre el propósito enigmático de los símbolos.
Las imágenes recién encontradas —de un promedio de 9 metros de ancho— podrían haber sido detectadas en vuelos anteriores si los pilotos hubieran sabido dónde buscar.
No obstante, la pampa es tan inmensa que “encontrar la aguja en el pajar se vuelve prácticamente imposible sin la ayuda de automatización”, dijo Marcus Freitag, un físico de IBM quien colaboró en el proyecto.
Para identificar los nuevos geoglifos, que son más pequeños que ejemplos anteriores, los investigadores utilizaron una aplicación capaz de discernir los contornos a partir de fotografías aéreas, sin importar lo tenues que sean.
“La IA pudo eliminar 98 por ciento de las imágenes”, señaló Freitag.
El pueblo nasca talló los diseños en la tierra raspando la superficie color óxido cubierta de guijarros para exponer el subsuelo gris amarillento. Poco se sabe sobre esta cultura sombría que no dejó registro escrito.
Los geoglifos antiguos han suscitado teorías que van desde lo religioso (eran homenajes a poderosos dioses de la montaña y la fertilidad) hasta lo ambiental (guías astronómicas para predecir lluvias poco frecuentes en los Andes cercanos) y lo fantástico (pistas de aterrizaje y estacionamientos para naves extraterrestres).
Sakai dijo que los geoglifos fueron dibujados cerca de rutas de peregrinación a templos, lo que implica que funcionaban como espacios sagrados para rituales comunitarios y podrían ser considerados arquitectura pública planeada. Los geoglifos recién descubiertos se hallan principalmente a lo largo de una red de senderos que serpentean a través de la pampa. Probablemente se hicieron para compartir información sobre ritos y cría de animales.
Aunque el sitio arqueológico es un área restringida y protegida, las líneas se han visto amenazadas por vandalismo ocasional.
En el 2014, activistas de Greenpeace dejaron huellas cerca del colosal geoglifo de colibrí durante una protesta dirigida a delegados de conversaciones climáticas de las Naciones Unidas en Lima. Cuatro años después, tres geoglifos fueron dañados cuando un camionero supuestamente evitó una cuota de peaje al pasar con un tráiler por la arena.
Sakai dijo que marcas en puntos susceptibles a inundaciones repentinas y deslaves son particularmente vulnerables.
Estima que hay al menos otras 500 figuras sin detectar.
“Espero que surjan más hechos sorprendentes”, declaró.