Ayer, mientras revisaba cifras sobre el impacto que tendrá el hundimiento de la ley de financiamiento sobre las actividades misionales del Archivo General de la Nación, llegó a mis manos la última edición de Credencial, revista a la que estuvo vinculado Enrique Santos Molano, veterano periodista que, entre 1965 y 2021, desde su columna en el periódico EL TIEMPO, puso en el banquillo y fiscalizó a los distintos gobiernos del país. Hoy, apenas abrí las redes sociales, me enteré de su muerte, este 25 de diciembre.
Aunque no lo conocí personalmente, supe de su existencia tanto por sus columnas como por su otra pasión: la historia. Precisamente, fue esa pasión la que lo llevó a editar y escribir durante mucho tiempo en el suplemento Credencial Historia que, coincidencialmente con la muerte de uno de sus grandes editores, también anunció su fin esta semana.
Santos Molano, un polemista nato, defendió tesis históricas que causaron revuelo en el mundo intelectual y cultural colombiano. Una de ellas fue asegurar que el poeta José Asunción Silva no se suicidó sino que lo asesinaron. A contracorriente de sus contemporáneos que ensalzaban a Simón Bolívar y Francisco de Paula Santander, él optó por reivindicar a Antonio Nariño, personaje que se convirtió en el eje de sus investigaciones.
Sobre su pasión por Nariño en una entrevista dada al diario Nueva Crónica del Quindío dijo: “Mi admiración por Antonio Nariño nació en mi juventud, cuando devoraba novelas históricas como las de Walter Scott y Benito Pérez Galdós (…) De Nariño me fascinó su intelecto superior, su honradez inmaculada, su coraje temerario, su calidad de estadista y, sobre todo, el buen humor con que afrontó tanto las horas felices como las de infortunios. Él es el más grande de los colombianos”.
Y sobre el prócer escribió una variedad de libros y artículos, cuya obra cumbre fue la voluminosa novela biográfica ‘Mancha de la tierra’ (2015).
Se podría pensar que con esta novela, bien valorada por la crítica, Santos Molano daba por culminada sus investigaciones sobre Nariño, pero en los últimos años siguió reconstruyendo la trayectoria del traductor de los derechos del hombre y del ciudadano. Justo a mediados de este año, desde el Ministerio de las Culturas, las Artes y los Saberes, se me invitó a escribir el prólogo de Cartas de un patriota, una compilación de cartas y artículos escritos por el prócer de la independencia durante su último periodo de vida, desde sus últimos días de cárcel en 1820 hasta su muerte en 1823. Esta compilación, cuidadosamente elaborada por Enrique Santos Molano, se encuentra en imprenta y fue editada por el Ministerio de las Culturas, las Artes y los Saberes, bajo su sello editorial MiCASa.
También, cabe resaltar que la pintura con la que se ilustra la portada de esta obra es de la autoría de Juan Cárdenas, uno de los nombres fundamentales del arte colombiano, y quien murió este 14 de diciembre, apenas 11 días antes del escritor de este libro.
Compartimos, a continuación, unos destacados de la presentación que Santos Molano hizo para Cartas de un patriota, libro que puede descargarse en: MiCASa – Antonio Nariño, Cartas de un patriota (libro digital).pdf. Su versión impresa circulará en los primeros meses del 2025:
–“El resto de la vida de Nariño podríamos seguirlo casi que día por día en los artículos y cartas que componen este volumen, para cuya elaboración contamos con el ‘Archivo Nariño’, un trabajo formidable de recopilación documental en seis volúmenes, realizado por el historiador benemérito Guillermo Hernández de Alba durante más de medio siglo y en que recurrió a cuantos archivos estuvieron a su alcance. De ese material, publicado en 1990, utilizamos el volumen VI. Además, se consultó ‘El Precursor’, recopilado por los historiadores Pedro María Ibáñez y Eduardo Posada, el primer volumen de la Biblioteca de Historia Nacional iniciada por la Academia Colombiana de Historia en 1902. De él se tomó lo pertinente a los últimos tres años de Antonio Nariño”.
–“Las fuentes antes citadas están hace tiempo a disposición del público general y también de los investigadores que requieran consultarlas, pero nadie habría imaginado que existiera otra fuente en la que se encontraran novedades sobre los años postreros del patriota infatigable. Se trata del semanario angostureño, sacado por iniciativa del Libertador Simón Bolívar, Correo del Orinoco. Ninguno de los biógrafos de Nariño, incluido el que aquí escribe, intuyó que alguien preso en una cárcel europea cuatro años y apenas liberado por la revolución de Rafael Del Riego tuviera ánimos para escribir artículos tan lúcidos en el análisis del momento político, social y económico de Europa, entonces imperio del mundo, ni que conociera hasta el menor detalle de la situación de la lucha de los pueblos latinoamericanos por su independencia, ni mucho menos que se diera mañas para hacerlos publicar al otro lado del océano”.
–“La primera huella del paso de Nariño por el Correo del Orinoco la encontré de repente. Al revisar aquel semanario me topé con una carta titulada ‘Fragmento de carta de un colombiano a un amigo suyo’, escrita en Gibraltar el primero de junio de 1820. Recordé haberla leído tres y pico de décadas atrás en el citado libro El Precursor. Hecha la verificación, comprobé lo supuesto: la carta es casi la misma, pero la de El Precursor está completa. Los compiladores la tomaron del archivo del historiador José Manuel Restrepo, redactor del Correo del Orinoco en su última época. Ergo, si en el Correo del Orinoco la habían publicado, sería improbable que Nariño, periodista veterano, hubiera desperdiciado la ocasión de expresar sus opiniones analíticas e informativas si contaba con un periódico que las acogiera. En efecto, a poco andar tropecé con Las cartas de un americano a un amigo suyo, firmadas por Henrique Somoyar, esquelas que también leí en El Precursor y que recogí en mi novela Memorias fantásticas (1970). No me quedó duda de que Antonio Nariño había transitado con su pluma pensadora a lo largo y lo ancho del maravilloso Correo del Orinoco. Solamente era cuestión de seguir la huella de su estilo inconfundible, como podrán comprobarlo quienes lean los artículos incluidos en dicho libro. Entre 2010 y 2020 trabajé en cotejar, con cuidado extremo, los textos que estimé escritos por Nariño para el Semanario de Angostura con los que publicó (igualmente bajo seudónimo) en La Bagatela bogotana de 1811. Comparados aquellos y estos, los de 1811-12 con los de 1820-22, llegué a la conclusión apodíctica de que fueron obra de la misma persona: Antonio Nariño. No me extenderé en explicaciones lingüísticas al respecto. No se necesitan. Ahí quedan esos textos admirables. Que sean los lectores los encargados de juzgar si las Cartas de un patriota y los demás artículos que escogimos en el Correo del Orinoco –como salidos de la pluma del periodista, escritor y filósofo bogotano– en verdad son suyos, y que sirven para la reflexión y el debate sobre patria, patriotismo, libertad, bien común y derechos humanos. Cinco pilares fundamentales del humanismo, cuyo abandono y languidez nos empuja hoy, como ha sucedido en épocas similares del pasado, a un mundo tenebroso de corrupción, esclavitud y vasallaje”.
Prólogo
A las cinco de la tarde del 13 de diciembre de 1823, expiró en Villa de Leyva Antonio Nariño. Unos días después, sus hijos anunciaron mediante carteles en Bogotá una ceremonia fúnebre en homenaje a su padre. La oración panegírica de reconocimiento a los trabajos patrióticos del héroe epónimo la pronunciaría un distinguido sacerdote bogotano: el capellán de la catedral, doctor Francisco Javier Guerra de Mier. No hubo ceremonia ni oración.
El sacerdote se excusó con los hijos del prócer. Mediante una carta asustada les explica que, de proceder con la ceremonia, se vería enfrentado a “gravísimas consecuencias”. Por tanto, estos publicaron nuevos carteles en los que incluían la carta del capellán. Lo sucedido causó indignación en la capital y sobre todo entre el pueblo, como los artesanos, que veneraban a Nariño. Lo amaban por saberlo el verdadero amigo y defensor de los intereses de la gente del común.
¿Quién fue don Antonio Nariño y Álvarez y por qué sus malquerientes le temieron tanto, que aun muerto trataron de silenciar y de oscurecer su memoria? Este bogotano ilustre, nacido en los finales de la Colonia (9 de abril de 1765), vivió –con la intensidad de un volcán en erupción– hasta los inicios de la República. Está consagrado como el colombiano más importante de todos los tiempos, de acuerdo con una encuesta realizada a comienzos del siglo XXI. ¿Qué hizo Nariño para merecer aquel reconocimiento que sus contemporáneos de las clases pudientes le habían negado?
Los hechos de la vida del Precursor-Libertador Antonio Nariño se narran en numerosas biografías, pero ninguna de ellas –incluso la ensayada por quien esto escribe– profundiza en los últimos tres años de su accionar político, los cuales tuvieron igual importancia que los de sus épocas anteriores. Para explicar este aserto haré un resumen de las actuaciones que precedieron a los tres años finales de su vida.
Nariño abrió sus ojos a la vida política durante la Revolución de los Comuneros (1780-1781), que lo inclinó decididamente a la lucha contra el absolutismo. Educado al lado del sabio médico naturalista José Celestino Mutis, aprendió cuanto podía saberse acerca de las ciencias naturales y medicinales. Con esta formación, y nutriéndose en las bibliotecas de su tío don Manuel de Bernardo Álvarez y la de su padre, don Vicente Nariño y Vásquez, integró con varios amigos de su generación un círculo revolucionario en torno al doctor Mutis y su Expedición Botánica. Aunque Nariño no participó en la misma, al haberse ubicado la sede en la provincia de Mariquita, mantuvo contacto permanente con Mutis y con sus discípulos de la Expedición: Francisco Antonio Zea, Pedro Fermín de Vargas, Francisco José de Caldas y otros intelectuales, pintores y estudiosos botánicos (…).
Enrique Santos Molano – compilador y Francisco Javier Flórez – Director del Archivo General de la Nación