A finales del año pasado, Gioconda Belli publicó su más reciente novela: Un cilencio de murmullos; una obra que explora los laberintos del silencio familiar y los altos costos personales del compromiso político, narrando el vínculo complejo entre una madre y su hija, ambas atrapadas en el deber y el anhelo.
Valeria, una de las protagonistas de este libro, es una mujer que entregó su vida al torbellino de los cambios políticos en Nicaragua, se convirtió en uno de los personajes activos de la historia de su país, pero la muerte la alcanzó lejos de su tierra, en Madrid, sumida en una soledad que contrastaba con la intensidad de su existencia.
Es su hija, Penélope, quien deberá cruzar el océano para enfrentar no solo los vestigios materiales de su madre, sino también los ecos de una vida que siempre sintió distante. Entre cartas, objetos y recuerdos polvorientos, se encuentra con los secretos de una mujer marcada por la clandestinidad, las pasiones irrenunciables y las heridas del amor y la revolución.
A través de estas 344 páginas, Belli escribe también sobre su experiencia como madre y militante, hilvanando su propia travesía entre el fulgor y la caída del sueño revolucionario.
En entrevista para EL TIEMPO, la autora nicaragüense habló de su postura frente al feminismo, su relación con la muerte, la escritura y la identidad, entre otras cosas.
Empecemos hablando de la relación que hay entre el acto de andar o viajar y el de escribir…
En mi vida hay dos tipos de viajes: los de trabajo donde la mente anota en desorden lo que ve, lo que siente, rostros, calles, hoteles. El otro tipo de viaje, el que más me gusta, no requiere que me mueva de donde estoy: es el viaje de la imaginación, o el que uno hace para conocer el mundo imaginario que compartirá con quienes lean lo que escriba. La investigación para escribir una novela, por ejemplo, me lleva a conocer sitios donde jamás he estado, pero que después de un tiempo, conozco perfectamente.
En “Un silencio lleno de murmullos”, la novela que acabo de publicar, por ejemplo, se habla de la pandemia en España, del confinamiento que se vivió de modo muy estricto en ese país. Sin embargo, yo viví la pandemia en Nicaragua. A partir de lecturas de periódicos, de datos, de conversaciones, pude imaginar como la vivió la protagonista de mi novela en Madrid y construir ese ambiente. La novela se mueve como un cuento de suspenso y de fantasmas que atrapa la atención.
¿Cómo describiría estar en estado de observación?
Para mí es un estado permanente. Ya no soy consciente de cuánto observo y retengo porque para mí es algo natural. Sólo me doy cuenta de haber estado observando cuando recurro a mi archivo mental y encuentro las imágenes que necesito para describir un lugar o rememorar un episodio. También hay estados en que no observo porque no quiero que lo de afuera distraiga lo que me está sucediendo dentro. Por ejemplo, cuando salgo a caminar para resolver alguna interrogante sobre lo que estoy escribiendo, ando muy distraída. Mientras escribo puedo ser insoportable. Lo único que observo es la pantalla de mi mente. Cualquier distracción me disturba.
¿Cuál ha sido su relación con el o los silencios?
Yo amo el silencio, pero hay silencios amenazantes como el que vive, por ejemplo, Penélope, la protagonista de mi novela. Ella se queda confinada en la pandemia en Madrid en la casa de su madre que recién ha muerto. Ese es un silencio cargado de la vida de otra persona que ya no está; es un silencio lleno de murmullos, de recuerdos, del sentido de una presencia ausente físicamente, pero que está impregnada en la atmósfera, en la memoria de la casa. A través de murmullos como las anotaciones en la letra de su madre, o los papeles que Penélope encuentra, ella va conociendo una madre que desconocía.
Hablemos del concepto de feminidad…
La primera relación de una mujer con su feminidad la toma de la persona que la cuida, que es casi siempre, su madre u otra mujer de su familia. Dependiendo de lo que vea a su alrededor, la mujer verá natural o no que su madre tenga una vida propia, otros roles y no sólo el de ser madre. Para construir la propia feminidad es muy importante el modelo de madre que uno tenga. Lo que pasa es que la sociedad culpabiliza a la mujer todavía por no ser el modelo de madre abnegada, y los hijos esperan esa madre. Yo creo que las madres que rompemos ese modelo, le damos permiso a las hijas para ser ellas mismas y aspirar a tener vidas más plenas. Yo concibo la feminidad como un poder del que se nos ha tratado de apartar reduciéndonos al papel reproductivo.
Esto del papel de la madre y las expectativas de la hija son, dentro de mi nueva novela el hilo tenso sobre el que se equilibra toda la historia, Quería escribir sobre eso porque es parte de mi vida y del de mis hijas. Es un conflicto que nos es común a muchas mujeres y yo quería tratarlo dentro de la ficción, pero a partir de mi propia experiencia en términos de sentimientos.
¿Cómo se ha relacionado con la muerte, no solo la física, sino esas pequeñas muertes a las que nos enfrentamos a lo largo de la vida?
He tenido una relación muy cercana con la muerte física porque yo vi morir a muchos de mis amigos jóvenes asesinados por la dictadura de Somoza y a otros más por la dictadura de Ortega y Murillo. En la lucha contra Somoza fui parte de una célula de diez, de la que solo sobrevivimos dos. Cuando se sobrevive eso, las pequeñas muertes son más fáciles de soportar. La muerte más dura para mí ha sido ver a una pareja intentando matar el alma de mi país, sus bases culturales, los valores y el legado de valor y resistencia que tanto nos costó a los nicaragüenses. De eso también es mi novela, de la capacidad de destrucción de la ambición política.
Su obra ha sido un referente en la literatura feminista. ¿Cómo ha experimentado personalmente la evolución del feminismo en Nicaragua y en América Latina a lo largo de los años? Y ¿Cómo cree que esto ha influido en su escritura?
Yo tomé conciencia temprana del poder excepcional que poseemos las mujeres. El mundo de los hombres sublimó el poder de la fuerza física y sobre eso montó todo un sistema de dominación. Nos convencieron de que nuestro poder era peligroso y que debíamos someterlo. Nos culparon del fin del Paraíso Terrenal. Nosotros necesitamos apropiarnos de nuevo de ese poder y eso es lo que yo he planteado en mi literatura.
Creo que íntimamente las mujeres nos hemos dado cuenta de lo que somos capaces y hemos logrado mucho, pero porque avanzamos, en vez de acompañarnos para lograr un mundo más igualitario y justo, nos temen más. La violencia es enorme en América Latina. En Nicaragua misma tenemos un presidente que fue acusado por su hijastra de abuso sexual desde que ella era pequeña. Si su esposa tiene poder hoy es porque aceptó ser su cómplice y negar a su propia hija.
¿Cómo cree que su escritura ha influido en la representación de las mujeres en la literatura latinoamericana?
Por lo que me dicen mis lectoras, ha influido en hacerlas sentir celebradas y en contacto con ese poder del que le he hablado. Las mujeres en la literatura fueron descritas por los hombres hasta casi el siglo XX. Mi intención ha sido la de contar el mundo desde la mirada femenina, hablar sin culpa, ni vergüenza, del cuerpo femenino, del placer, de las emociones, y de las luchas internas por romper esas crisálidas y volar en libertad y con orgullo de ser como somos.
En muchos de sus escritos hay una constante reflexión sobre la identidad y la memoria histórica. Podría decirme en sus palabras ¿cómo entiende estos dos conceptos?
Pienso que la identidad de los seres humanos está vinculada de forma esencial con su memoria histórica. Somos productos de nuestra historia; de lo que tuvimos, pero también de lo que se nos negó.
En relación con lo anterior, ¿considera que actualmente estamos viviendo un exceso de identidad?
Para mí el problema no es tanto de identidad como de un individualismo exacerbado tejido alrededor de ese concepto. Creo que esto tiene que ver con el debilitamiento del sentido de comunidad y de interdependencia entre los países y los seres humanos. Vivimos en burbujas. Como decía John Donne, ningún ser humano es una isla. Cuando doblan las campanas, doblan por todos nosotros. Creo que hemos perdido esa noción.
Laura Valeria López Guzmán
En X: @Lauravalerialo
Redacción El Tiempo