Durante varios años, Matilde Díaz fue mexicana. Estando casada con el maestro Lucho Bermúdez, adoptó esta nacionalidad para evitar habladurías. Era la década de 1940, cuando las mujeres no tenían derecho al voto y para poder comprar un bien o ejercer una profesión debían tener la venia de su padre o de su esposo. Era inconcebible que una mujer anduviera de viaje con una orquesta integrada solo por hombres, presentándose en cabarets, fiestas nocturnas y salones de baile.
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Si bien Matilde no fue la primera mujer en ser la líder vocal de estas big band, como la de Lucho Bermúdez, Pacho Galán o Edmundo Arias que conquistaron los grandes bailes en los 40 –antes de ella estuvieron Sarita Herrera y Carmencita Pernett- sí fue la más famosa y la de mayor impacto en la música colombiana.
“Matilde fue una mujer que junto con otras dos pioneras, como Esther Forero y Berenice Chávez, rompieron los moldes tradicionales que no admitían a las mujeres en el mundo del arte, cualquiera que fuera, y mucho menos en un ambiente bohemio, de licor, fiestas, giras y machista como el de los músicos de esa época. Para una mujer ese era un espacio vedado (…) Era muy raro verlas a ellas en el escenario, rodeadas de hombres, con luces de escena, en trajes de lentejuelas y canutillos y moviéndose discretamente en la tarima para que no dijeran que se estaban sobrepasando. Y Matilde, junto con Esther y Berenice, cada una en su estilo, con su repertorio y sus vidas marcaron una pauta en una época que si bien era difícil para las mujeres en espacios convencionales, lo era más para aquellas damas que con su arte y sus voces tenían la vocación para transmitir sentimientos de igual o mejor manera que los hombres, hasta ese entonces dueños absolutos de los honores en el espectáculo”, recuerda el periodista e investigador cultural huilense Vicente Silva Vargas.
La voz de Aura Matilde Díaz Martínez fue indeleble en la orquesta de Lucho Bermúdez. Colombia tierra querida, Salsipuedes, San Fernando, La múcura, Caprichito, Carmen de Bolívar, Te busco o Fantasía tropical son solo algunos de los temas que se popularizaron en su interpretación.
Contrario a lo que se piensa, no era costeña. Nació en San Bernardo (Cundinamarca), el 29 de noviembre de 1924, pero se crio en Icononzo (Tolima), de donde se sentía y decía que era oriunda. Matilde era una cachaca con una voz fascinante, de contrastes altos, con la capacidad de interpretar diversos ritmos del Caribe colombiano, especialmente, cumbias, porros, merengues y hasta patacumbia, un ritmo creado por Lucho Bermúdez; pero también de hacer las delicias cantando un bambuco, un pasillo o un vals.
No hay muchos registros de Matilde interpretando música andina, que fue la de sus inicios y que la llevó, junto a su hermana Elvira, a las emisoras cuando era niña. El maestro Emilio Murillo Chapull se convirtió en su mentor y autor de las canciones que componían el repertorio de las hermanas Díaz, habituales en la programación de La Voz de la Víctor, Radio Cristal y Radio Mundial. Pero Matilde era inquieta, se sentía atada a esas bonitas letras del altiplano y quería probar algo más. El fin del dueto, cuando Elvira se casó, fue el momento para explorar sus cualidades en solitario. Era la chispa, el abreboca de lo que vendría con ese huracán llamado Matilde Díaz.
Lucho: amor y música
Luis Eduardo Bermúdez Acosta era 12 años mayor que Matilde Díaz. Clarinetista y director musical, conformó a principios de la década de 1940 la Orquesta del Caribe. Una juvenil Matilde se presentó para audicionar como vocalista principal. Lucho no lo pensó: la tremenda voz de la jovencita hizo que la contratara; pero a él también lo habían cautivado su ímpetu y su belleza.
En ese momento, Matilde, de 18 años, ya era una mujer casada: el locutor Alberto Figueroa había aceptado la condición que ella le puso para casarse: que la dejara cantar. Así, la jovencita de Icononzo se convirtió en la voz principal de esa big band que pasó a llamarse la Orquesta de Lucho Bermúdez.
“Lo más importante del repertorio de Lucho pasó por la voz de Matilde. Además de esa versatilidad para lo caribeño, hay que avalar sus condiciones para el bolero, en piezas como Te busco o Fantasía tropical. Ella tenía un estilo particular, reconocible, era su sello de calidad”, asegura Jaime Monsalve, jefe musical de la Radio Nacional de Colombia.
En 1945, Matilde y Lucho eran la sensación. Ya divorciada, viaja a Buenos Aires, donde grabaron su primer disco con la RCA, que trajo éxitos como ‘Carmen de Bolívar’, ‘San Fernando’, ‘Salsipuedes’ y ‘La múcura’ y que fue la vitrina de la música tropical colombiana en todo el continente. La capital argentina también fue donde formalizaron su amor y se casaron por lo civil.
El éxito fue descomunal, Díaz brillaba al frente de los cobres y las percusiones de esa big band que no dejaba a nadie sentado en los lugares donde tocaba. “La relación con Matilde fue muy importante por su calidad y su versatilidad. Interpretaba un bambuco, una cumbia, cualquier canción, con la misma maestría. Eso, sin duda, le daba incentivos a mi trabajo. Yo era un profesional y había llegado el momento de darle un carácter especial a la orquesta, un sabor propio. Vino la experimentación, la búsqueda. Y la encontramos en ella”, contó el mismo Lucho en el libro ‘Matilde Díaz, la única’, biografía escrita por el barranquillero José Portaccio Fontalvo.
Fueron los días de la Matilde mexicana. A su regreso a Colombia, con una fama descollante, nadie quería chismes. “Ella tuvo que dar muchas luchas para que la dejaran cantar en los establecimientos comerciales aquí”, recuerda Monsalve. “Su ejemplo fue muy importante para otras mujeres”.
Gloria María
Las giras y el éxito eran el pan diario en la vida de los Bermúdez-Díaz. Tras 10 años de matrimonio, no habían tenido hijos no obstante sus deseos. Un viaje a Cuba, en los 50, sería radical en sus vidas.
Invitados por la icónica orquesta de Ernesto Lecuona para hacer una grabación, Lucho y Matilde estaban en una celebración en el cabaret Sans Souci, de La Habana. Una joven buscó a Matilde para conocerla. La admiraba: era nadie menos que Celia Cruz, que estaba a punto de sumarse a la Sonora Matancera. Fue el inicio de una amistad que perduró hasta la muerte.
“En 1954, Matilde y Lucho hablaron con su amiga Celia sobre su imposibilidad de tener herederos –cuenta Vicente Silva-. Fue entonces cuando La Guarachera de Cuba les recomendó ir a visitar a la Virgen de la Caridad del Cobre. Y según contaba la propia Matilde, Celia los llevó hasta el templo donde se venera a la patrona de Cuba y ambos le pidieron con mucha fe que Nuestra Señora les diera un hijo. Y el milagro, dicho por ellos y corroborado por Celia, se dio al año siguiente, en 1955, cuando nació Gloria María Bermúdez Díaz, justamente el 8 de septiembre, día en el que Cuba celebra la fiesta de su santa patrona. ¡Increíble! Y en gratitud y en alabanza, el maestro Lucho hizo esta cumbia que realmente se llama “Gloria a María”, es decir, “gloria a la Virgen María”, como una alabanza. La popularidad de la canción hizo que simplemente se unificaran todas las palabras y así se le conoce, Gloriamaría”.
La única hija de estos talentosos artistas se dedicó a la música, como compositora y maestra. “Más allá de hablar de mi mamá como la mejor cantante, hay que hablar de ella como una gran mujer, una dama, una embajadora de la música colombiana”, contó Gloria María en una charla con el investigador musical Manuel Antonio Rodríguez.
Ella y su madre integraron un dueto que participó en varias causas humanitarias, entre ellas para el Instituto Nacional de Cancerología, que realizaban conciertos a beneficio de los niños enfermos de cáncer.
Sin miedo al qué dirán
Nada dura para siempre. En 1963, la unión musical y marital de Lucho Bermúdez y Matilde Díaz llegó a su fin. Después de vivir en Medellín y Bogotá, donde la orquesta era la titular del Hotel Tequendama, tomaron distintos rumbos.
“En su carrera solista, en las postrimerías del divorcio, grabó un álbum llamado Ratos de locura, al que mucha gente no le prestó la atención suficiente y que cuenta con las orquestaciones de Lucho, de Luis Uribe Bueno y de Iván Uribe, y que tiene unos boleros absolutamente arrobadores, incluido uno compuesto por Esthercita Forero (la novia de Barranquilla), Ni una palabra, que podría ser fácilmente el bolero colombiano más lindo”, dice Monsalve. “Ahí es donde uno se da cuenta que la carrera de Matilde como solista se hubiera podido haber dado sin necesidad de que Lucho Bermúdez fuera su mentor, su acompañante o su compañero de vida”.
Un año más tarde contrajo matrimonio con Alfonso Lleras Puga, hijo del expresidente Alberto Lleras Camargo, una relación no muy bien vista dentro de los cánones de la alta sociedad colombiana. Pero Matilde no vivía del ‘qué dirán’, no se frustraba y al contrario usaba la crítica como insumo para avanzar.
“Mujeres como Matilde, por su estilo, su música, su personalidad y el no tenerle miedo al qué dirán, marcaron una época que no puede ser desconocida ni olvidada por las generaciones pasadas y tampoco por las nuevas que si bien tienen todo el derecho de gozar de sus músicas actuales, bien vale la pena que echen una mirada atrás y miren el gran aporte hecho por ella (Matilde) y las demás, en hacer visibles a las mujeres como generadoras de mensajes culturales, como íconos autónomos que no eran vistas como símbolos sexuales o atractivos comerciales, sino como artistas que aportaron a la identidad de nuestras músicas”, expone Silva Vargas.
Matilde viajó muchísimo, ya no de gira, sino de vacaciones. Sus discos, algunos en lo que la acompañó la orquesta del panameño Marcos Gilkes, llenaban las estanterías de las tiendas firmados por su intérprete: Matilde Díaz de Lleras. Eran más boleros o baladas. Sin dudar, hubo una Matilde antes y otra después de Lucho Bermúdez.
Sus últimos años, los pasó en Bogotá, donde falleció víctima de un cáncer en el 2002. Hasta último momento estuvo cantando, junto a su hija o en en algún estudios de grabación. Dos años antes de morir, el autor de su biografía le preguntó por el proyecto que reuniría sus más grandes éxitos en tres CD y que por temas administrativos había empezado a enredarse. “Es que están esperando a que yo me muera para venderlos más caros, pero se van a joder”, le respondió a Portaccio con ese sentido del humor desfachatado y ácido que la caracterizó.
“A ella puede considerársele la cantante más importante en la música tropical. Cualquier mujer que quiera cantar en este país, debería escuchar esa voz de contralto, temperamental, de Matilde Díaz no para imitarla sino para constatar que cuando alguien así quiere alcanzar un ideal, lo puede lograr”, puntualiza Monsalve.
SOFÍA GÓMEZ G.
Redactora Cultura EL TIEMPO
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