Como es usual cada vez que se presenta ante el público, Carlos Vives puso a bailar a su audiencia. Pero esta vez no fue en uno de sus conciertos, sino en la apertura del Hay Festival, en el Teatro Adolfo Mejía, en Cartagena, donde habló con Andrés Mompotes, director de EL TIEMPO, sobre la tradición, el folclor, el vallenato y su galardonada carrera musical, en la que empezó conquistando los corazones de los ‘viejitos’ antes que de los jóvenes y a una industria musical que nunca supo cómo etiquetar sus composiciones.
Vives se ha ganado dos Grammy, 18 Latin Grammy, además de una lista larga de reconocimientos a nivel mundial. Ninguna mención, sin embargo, hace justicia a lo que su trabajo significa para la industria musical de Colombia. Es reconocido principalmente por internacionalizar el ritmo del vallenato, uno de los Patrimonios Inmateriales de la Humanidad, que es el resultado de mezclar cantos de esclavos, canciones de vaqueros del Magdalena y ritmos de danzas de indígenas de la Sierra Nevada de Santa Marta.
Junto con Andrés Mompotes fue escogido para marcar el punto de partida del ya tradicional evento que cada año se toma ‘La Heróica’, traído desde Gales y que se destaca por reunir a las figuras más destacadas del mundo cultural para explorar mundos paralelos: el literario y el periodístico, el musical y el poético, el científico y el cultural. También, para trazar puentes entre sus universos, demostrando que la narración de un país puede venir tanto de las noticias como de las canciones.
“El Teatro Adolfo Mejía, lleno y repleto, requería de un colombiano especial, que tuviera alcance internacional, que fuera embajador de la calidad artística del país, que tuviera reconocimiento, pero además de eso, que fuera un gran conversador y que supiera sobre las raíces musicales que nos representan”, expresó Mompotes para introducir a Vives.
La primera parada en la charla fueron los espíritus y tradiciones que habitaron la cuenca del Magdalena hace cientos de años, los cuales fueron la fuente de la que emanan dos ritmos propios del Caribe colombiano: la cumbia y el vallenato.
A propósito, el cantante samario hizo énfasis en la influencia de la la cultura Kogui y cómo la cosmovisión de estos indígenas exalta la filosofía de ‘ayúdame que yo te ayudo’, una reflexión que llevó a Vives a recordara a su primer guitarrista, Ernesto ‘Teto’ Ocampo, quien falleció en 2023 y fue uno de los responsables de desarrollar el particular sonido de ‘Clásicos de la provincia’ y ‘La tierra del olvido’.
“Se convirtió en el primer arqueólogo musical del país y su obra se llama ‘Mucho Indio’. Es muy curioso, porque antes eso era un insulto. Me decían: ‘Oiga Vives, usted si es mucho indio’, pero en nuestra generación fue orgullo. El cine, los dichos y más, nos dicen que la música prehispánica era terrible, porque era de los perdedores de nuestra historia y eso nos resultaba poco especial. En la cultura prehispánica, la música no tenía tonos menores, o sea, no era triste. Era muy espiritual”, contó el cantante samario, que conoce la música de nuestro país como el patio de su casa.
El director de EL TIEMPO le preguntó por cumbia, vallenato, por las semillas con las que se fabricaban instrumentos y por tambores traídos de África. A partir de ahí, el músico, quien también ha sido investigador destacado del folclor, empezó a contar la historia como si la hubiese presenciado en primera fila. Sobre la típica cumbia, que también es famosa en Argentina y México, el compositor aclaró que antes de que los españoles llegaran a nuestros territorios ya había tambores (contrario a la creencia de que estos fueron traídos desde África), que eran usados en ritos fúnebres y que casi, en nuestro ADN, estaba el patrón con el que se han creado clásicos como ‘Yo me llamo cumbia’, ‘Las velas encendidas’ y ‘La piragua’.
Precisamente, de ese tamboreo ancestral nació el género en que el acordeón y una buena voz se llevan el protagonismo. “Siempre escuché que la cumbia era la mamá del vallenato. Hay diferentes corrientes, de acuerdo con la región, si llegamos hasta Panamá vamos a encontrar ciertas variaciones. Para entender esta relación tan estrecha, hay que entender que los ríos del vallenato desembocan en el río de la cumbia. La geografía nos muestra el origen de la cultura”, agregó Vives, quien a medida que avanzaba el diálogo se iba animando, al punto de llegar a preguntarle al público: “¿Alguno trajo un tambor?”.
Si el artista hasta entonces no había enganchado a alguna persona entre el auditorio, sin duda lo logró con lo que hizo a continuación. Sus tamborileros, a lado y lado del salón, empezaron a tocar las bases de cada uno de los estilos a los que Vives hizo referencia, para materializar lo que estaba explicando y que ‘los mortales’ entendiéramos con claridad.
“No se cantaba, no tenía letra, hasta que llegó España. A esto le metemos gaitas y tenemos todo. Les decía que la música era grupal. Alguien empieza a tocar, deja un espacio en la partitura y yo toco en ese espacio. La música empezó a surgir sin reglas”, continuó el samario, mientras bailaba y cantaba.
De este proceso improvisado sale el folclor, algo que, asegura, más de uno tardó en comprender. “La industria nos ha dicho que se puede grabar música folclórica. Pero yo hace 30 años dije que no. El folclor es el alma. Si tomamos la música que existía antes de las grabaciones, vemos que eso es folclor, pero cuando entran a un estudio de grabación no lo es. El folclor es la conexión con la naturaleza, lo que nació de nuestro mestizaje”, concluye.
Para aprender de esa esencia, el papá del samario, Luis Aureliano Vives, lo juntaba con los juglares de la época en su casa. Entre ellos, con Leandro Díaz, cantautor y vallenatero, quien ayudó a Carlos Vives a incursionar en el mundo de la creación musical.
Y es que el lado artístico de Carlos empezó a desarrollarse desde esos días de su infancia en que su papá lo castigaba ‘cuidando’ por tres días a Leandro, cuando se escapaba para jugar fútbol con el Pibe. A partir de ahí surgió un cariño inquebrantable entre las dos genialidades musicales.
Al final, esta relación con los amigos de su papá y la música lo condujeron a las baladas españolas y a grabar dos discos en Puerto Rico.
“No los vayan a oír”, advierte Vives, porque fueron el resultado de muchos experimentos en los que intentaba encontrarse musicalmente. Parte de ese proceso empezó con la tarea de crear un artista que se pareciera a sus referentes. Incluso, echándose perfumes que encontraba de contrabando.
Estas personas, que lo inspiraron en un inicio y que incluyó en sus composiciones, fue lo que luego denominó ‘La provincia’, por su origen humilde y que para él eran alucinantes por su calidez.
“Ese era el artista que yo quería ser”, agregó Vives, quien admitió que antes, cuando se montaba a un escenario, buscaba impresionar al público de sus ídolos antes que a los de su edad, que tardaron más en comprender su estilo.
“Cuando empezábamos, la gente no sabía donde ponernos. Nos decían: ven acá, esto es vallenato, pero también rock. No fue que Carlos Vives fusionó música de los Beatles con folclor. No. De hecho, Calilla, uno de los fundadores de ‘Los Corraleros de Majagual’, fue el primer hombre que puso un bajo eléctrico a un vallenato. Eso se volvió radial. Si no lo hubiera hecho, no hubiese llegado a la radio y no se hubiese conocido”, concluyó el artista.
Tras enseñar un par de videos del archivo de EL TIEMPO, hablar de Egidio Cuadrado, con gran emotividad, y dejarle un mensaje a los jóvenes sobre “cómo la identidad es libertad y que si se pierde una, tampoco existe la otra”, Vives fue sorprendido por una agrupación de niños que le dedicaron ‘La fantástica’ y ‘Carito’, como acto final de este recorrido musical, que partió de la época precolombina y terminó con el futuro musical del vallenato.
María Jimena Delgado Díaz
Periodista de Cultura