BUENOS AIRES — Nacho Fernández Suárez hace una mueca de disgusto al recordar los ocho años que pasó como asistente administrativo haciendo mandados en el Congreso de Argentina. Fue parte de un programa de inclusión para personas con discapacidad.
“Me hostigaban, me empujaban y me trataban mal”, recordó Fernández Suárez, de 34 años, que tiene una discapacidad intelectual. También se aburría, ya que casi no lo ponían a hacer nada, agregó.
Hoy el aburrimiento no es un gran problema para Fernández Suárez, que forma parte del personal de un popular restaurante en Buenos Aires que se cree es el primer negocio de comida en Argentina operado en gran medida por personas neurodivergentes.
El restaurante, Alamesa, busca cambiar el paradigma de lo que significa la inclusión en el lugar de trabajo para personas que a menudo no tienen una senda clara al empleo tras concluir sus estudios formales.
A pesar de que Fernández Suárez percibe alrededor de un tercio de lo que ganaba como asistente, su madre, Alejandra Ferrari, dijo que estaba emocionado porque se “siente indispensable”.
“Cuando vas a trabajar y tienes un propósito, te cambia la vida”, afirmó.
Eso es justo lo que inspiró a Fernando Polack, un destacado especialista en enfermedades infecciosas pediátricas en Argentina, a inaugurar Alamesa el año pasado como parte de una misión profundamente personal de averiguar cómo su hija, Julia, de 26 años, que es autista, podría independizarse en un mundo que parecía hostil a sus necesidades.
“Me di cuenta de que la forma en que podía encargarme de lo que íbamos a hacer con Julia era construir algo, y ese algo tenía que ser un empleo”, dijo Polack. “Y para hacer eso, yo tenía que crear ese empleo”.
Echó mano de sus ahorros personales y familiares y optó por la idea de un restaurante en parte por recuerdos de su infancia en los que se sentía seguro al estar sentado a la mesa con su numerosa familia extendida durante fiestas.
Ninguno de los empleados neurodivergentes tiene funciones específicas en Alamesa porque el objetivo es que todos hagan de todo
En el proceso, el restaurante ha creado una comunidad. “Vamos al cine, a tomar café y al boliche”, apuntó Sofía Aguirre, de 27 años, una empleada neurodivergente.
Arropado en un barrio de clase media alta de Buenos Aires, Alamesa es un oasis. La música se escucha a bajo volumen y material a prueba de sonido en las paredes y el techo garantiza que no haya eco de la cacofonía de conversaciones.
Esa es sólo una de las formas en que Alamesa trata de adaptarse a sus empleados, muchos de los cuales son particularmente sensibles al ruido, un rasgo común entre personas en el espectro autista.
Alamesa tiene una docena de trabajadores sin problemas neurológicos, muchos de los cuales son alumnos de psicología o recién egresados de la universidad, que dan apoyo a los demás empleados según sea necesario.
El menú incluye una mezcla ecléctica de platillos, como un sándwich de pastrami y salmón empanizado con panko.
“Al principio, mucha gente venía por el concepto de restaurante inclusivo y la comida pasaba a segundo plano”, indicó Sebastián Wainstein, el director ejecutivo de Alamesa. “Ahora también empiezan a venir porque, ‘oye, comí muy bien’”.