Elena Poniatowska tiene una gata que se llama Monsiváis. La bautizó así, con el apellido de su gran amigo, el escritor y periodista Carlos Monsiváis, con quien compartió un país que atesora en su memoria: México, al que le ha dedicado una vida entera de escritura. Descendiente de la aristocracia polaca, Poniatowska llegó a Ciudad de México cuando tenía diez años, de la mano de su padre francés y su madre mexicana. Educada en Estados Unidos, con 21 años empezó su trabajo como periodista en el diario Excélsior, que entonces reunía a muchas de las mejores plumas del país.
En esa sala de redacción, la joven reportera dio los primeros pasos en un oficio que muy pronto llegó a manejar con maestría. Su nombre es fundamental en el panorama del periodismo latinoamericano. Poniatowska, de 92 años, ha escrito ficción y no ficción. Pero son sus crónicas y sus entrevistas las que le han permitido ser una aguda observadora de la cultura. De la cultura en su concepción más amplia, la de los grandes artistas, la de las tradiciones populares, la que se respira en las calles.
Por su ojo de reportera han pasado hechos claves de la historia de México —como el que dejó registrado en uno de sus libros clásicos, La noche de Tlatelolco— y personajes de diferente naturaleza. La editorial Seix Barral acaba de publicar una antología de sus entrevistas, Palabras cruzadas, que reúne sus encuentros con personajes tan variados como la compositora Consuelo Velázquez, el cantante Juan Gabriel, el famoso luchador conocido como El Santo (cuya foto está en la portada), o escritores como Julio Cortázar o Alejo Carpentier. Es un recorrido interesante que no solo da muestra de su sello como periodista, también es reflejo de un territorio que ha hecho suyo: América Latina.
Entrevistó a personajes muy diversos. Cantinflas, Cortázar, Juan Gabriel… ¿Cómo los escogía? ¿Qué recuerda de esos encuentros?
Escogía a los famosos, a los célebres, también a los que el periódico —en ese momento el Excélsior, donde empecé— quería tener. Buscaba personajes que me permitieran conocer mejor a México, saber más sobre él, amarlo más. Porque al mismo tiempo que me documentaba acerca de ellos, investigaba la historia del país. Yo me iba a las bibliotecas, a las hemerotecas, a leer todo lo que pudiera. Me preparaba para saber qué preguntar. Después del Excélsior, seguí haciendo entrevistas para el periódico Novedades, donde surgió la posibilidad de entrar a su suplemento cultural, México en la Cultura, que fue muy importante para el país. Allí me reencontré con varios amigos, como Octavio Paz, Carlos Fuentes, Rosario Castellanos, Elena Garro. Muchos mexicanos que después se hicieron célebres.
¿Quiénes eran sus maestros de periodismo en esos primeros años?
Tenía jefes de redacción, jefes de información, pero no se puede decir que tuviera unos maestros específicos. Admiraba muchísimo a escritores en ese momento, como a Juan Rulfo, y a mis contemporáneos, que era un grupo de intelectuales con mucho entusiasmo e inteligencia. A varios de ellos los entrevisté y los seguí tratando. Nos volvimos un grupo que participaba de forma activa en los acontecimientos del país.
Sus entrevistas tienen un sello muy particular. Son periodismo, pero con un estilo que demuestra su conexión con la literatura, con la narrativa…
Desde luego los textos tenían un gran trabajo previo. Antes de encontrarme con los personajes, procuraba leer sus libros, conocer sus obras, saber su historia. Eran personas maravillosas a quienes tuve el privilegio de ver y entrevistar. Artistas como Diego Rivera, David Alfaro Siqueiros. Además, yo no me quedaba con un solo encuentro. No era cosa de ir a hacer la entrevista y ya. Nos veíamos más de una vez y con algunos de ellos entablé una amistad. Con muchos quedó un cariño, se creó un vínculo. Eso es lo que recuerdo. Porque en esa época no se hacían tantas entrevistas así. Se hacían entrevistas públicas, ruedas de prensa con muchos periodistas, pero algo así, en profundidad, en sus casas, eran muy pocas. Prácticamente de todas se generó una relación.
¿A quién quiso entrevistar y no pudo?
Supongo que a varios. No tengo con claridad un nombre en mi cabeza. Pero sí recuerdo que corrí al aeropuerto en busca de Pablo Neruda, porque él había estado ocupadísimo. Ese día había llovido mucho, llegué toda mojada a intentar entrevistarlo. Me dio tristeza. Ya no estaba con su mujer, Matilde, sino con otra. Ambos fueron muy simpatizantes de mis esfuerzos, pero la entrevista casi no se hizo.
Hay un elemento que es fundamental para este género periodístico, y en sus entrevistas se hace evidente: la curiosidad…
La curiosidad es muy importante para cualquier ser humano, no solo para el periodista. Para el científico, para el pintor, el arquitecto. Todos necesitamos curiosidad. Por supuesto, para las entrevistas es fundamental. También depende del carácter de cada quien, ¿no? Hay personas que son más introvertidas y se interesan más en temas ligados a su propio carácter. Y hay personas que se vuelcan hacia los demás y quieren saber más de los otros. Yo tengo un interés muy grande por esto. Entusiasmo, curiosidad. A pesar de mi edad, eso no se ha ido. No lo he perdido. Son rasgos de personalidad que van con uno y que explotan en la obra que uno desarrolla. Creo que cuento con posibilidades similares a las que tiene, por ejemplo, un investigador.
Está muy conectada con el día a día. ¿Cómo ve el periodismo hoy?
Es mucho más rápido que antes. Es más compartido. Por eso tiene la obligación de ser todavía más exacto. Lo que veo en los jóvenes es que no les interesa tanto escribir como figurar, aparecer. Desde la universidad, la mayoría de ellos se dirige hacia los medios más inmediatos, que son los que dan compensaciones inmediatas. Claro, los medios de hoy, los digitales, también tienen sus ventajas. Usted me está entrevistando a través de no sé cuántas nubes, no sé cuántos cielos, cuántos mares. Y nos vemos en una pantalla.
¿Qué consejo les daría a los nuevos periodistas?
Les diría que crean en sí mismos y que se lancen y que no teman equivocarse. Que no tengan miedo a que se burlen de ellos o al rechazo que pueda venir. Hay que pasar por encima de todo eso. Los primeros años son difíciles. Es igual que un niño que entra por primera vez en la escuela y no sabe si sus compañeros lo van a aceptar o no. Les diría que es importante leer. Pero eso es algo que tiene que venir desde la niñez. Un niño lee si tiene junto a él alguien que lo anime. Antes, en las casas, las mamás les leían cuentos a sus hijos, les contaban alguna historia. Se sentaban en la cama en las noches, al lado de sus hijos, y platicaban con ellos. Si eso no se da, pues ya es cosa de cada familia. Pero creo que debería seguir.
¿A quién le gustaría entrevistar hoy?
Entrevisto a todo el mundo. Al que se deje. Si quiere, le pregunto a usted. Cómo es su vida, cómo es su trabajo, si tiene a su papá, si tiene a su mamá, qué le gusta hacer, cuál ha sido su momento más difícil. Puedo seguir, seguir, seguir. Yo soy una pregunta andante. He sido siempre una pregunta que camina. Toda mi vida les he preguntado a los demás. También me pregunto a mí misma, de vez en cuando.
¿Y en ese caso también encuentra respuestas?
Claro que las encuentro. Piense que tengo 92 años. Si no las encontrara, sería mejor que yo me diera un balazo.
Uno de sus temas fundamentales, en su obra de no ficción y de ficción, es América Latina. ¿Cómo ve hoy esta región?
América Latina es un conjunto de países espléndidos, que saben trabajar, con grandes escritores, grandes creadores. Es un continente admirable y puedo decir que es mi continente. Quisiera contribuir de alguna manera con el objetivo de que todo el mundo lo aprecie. Eso ya se ha dado, ya ha sucedido. Pero si todavía puedo poner algo, ayudar más, con unas cuantas palabras, con mis escritos, me sentiría muy contenta.
¿Sigue visitando sus lecturas, esos libros que han sido tan importantes?
Mucho. El francés es mi idioma materno. Así que leo libros en francés. También en polaco, que es el origen de mi apellido. A mi lado siempre hay varios libros, a la mano. Todo el tiempo estoy leyendo. Ahora, qué casualidad, tengo aquí un libro de mi madre, Paula Amor Poniatowska, que se titula Nomeolvides. Pero hay otros tantos que reviso a menudo y a los que necesito regresar. Como por ejemplo la Eneida, la Ilíada. Además leo mis clásicos, que en México son Octavio Paz, Juan Rulfo, Rosario Castellanos, Carlos Fuentes. Mis lecturas me dan una enorme ilusión y me ayudan.
Aparece de vez en cuando en sus redes sociales. En su cuenta de X, por ejemplo. ¿Le gustan?
No he recurrido tanto a ellas, pero me parece que también benefician. Rompen el aislamiento y hacen que entre jóvenes —entre viejos también, aunque no sé hasta qué grado— se comuniquen más y se sigan. Seguirse es otra forma de apreciarse.
Siempre ha estado muy atenta al panorama político mexicano. ¿Cómo ve a la presidenta Claudia Sheinbaum?
La conozco hace años. Es bióloga, madre de dos hijos. Una mujer muy inteligente, de una enorme cultura. Tiene una larga trayectoria ligada a la enseñanza, a la investigación científica. Hasta ahora no habíamos tenido al frente de todo un país a una mujer de esa fuerza y de esa envergadura cultural. Los políticos eran ante todo políticos, con sus limitaciones y con sus ambiciones. Lo que representa Claudia Sheinbaum es lo mejor de nuestro país.
Salen nuevas ediciones de sus libros, atiende a la prensa… ¿Cómo pasa sus días hoy?
Ahora estoy frente a una pantalla… No la veo muy bien porque perdí la vista del ojo izquierdo. Trabajo lo más que puedo porque ya no me queda mucho tiempo. Hace unos días se me murió una amiga más joven, que ya no quiso vivir. Yo sí quiero vivir y sí quiero seguir adelante. Hoy aquí en México está haciendo sol. Vivo cerca de una plaza donde hay unos árboles grandes, antiguos, a los que amo. Tengo una gata que se llama Monsiváis, disfruto el café, disfruto comer. Disfruto dormir. Soy una gran privilegiada.
¿Cree en Dios?
Claro. Tuve una formación de niña scout a la que le enseñaron a amar la naturaleza, los animales, las nubes. Creo en Dios y espero que haya una vida después de la muerte. Sobre todo para poder encontrarme con mi hermano Jan, que murió a los 21 años en un accidente. Eso nos hizo mucho daño a toda la familia. Tengo la esperanza de verlo de nuevo. Porque no vivió. Y lo extraño. También extraño a mi esposo, Guillermo Haro, extraño a mi madre. En fin.
MARÍA PAULINA ORTIZ
Cronista de EL TIEMPO