Elon Musk tiene un nuevo apodo: “copresidente”. Él, el hombre más rico del mundo, y Donald Trump, el hombre más poderoso del planeta, han formado un dúo aparentemente inseparable que se prepara para delinear el futuro de Estados Unidos y tomar las riendas a nivel global.
Desde el rotundo triunfo de Trump en la elección presidencial, Musk ha mostrado una profunda influencia en el perfilado de la próxima administración. Es un rol inédito para un empresario que tendrá una amplia potestad para redefinir el papel del Gobierno federal en la primera potencia mundial y darles aire a sus negocios con un gran objetivo en mente: Marte, el planeta rojo.
Musk se ha convertido en un huésped estelar de Mar-a-Lago, la residencia de Trump en Palm Beach y epicentro del universo trumpista, y en la figura más poderosa de la transición presidencial después del propio mandatario electo. Un lugar privilegiado que quedó a la vista de todos desde la misma noche de la elección presidencial.
Trump lo nombró en su discurso y lo sumó a una foto celebratoria, íntima, junto a su familia. El republicano aparece sonriente junto a sus cinco hijos –Donald (h), Ivanka, Eric, Tiffany y Barron– y a varios de sus nietos, sin su mujer, Melania. A un costado, Musk posa con uno de sus hijos, Techno Mechanicus, en sus brazos, al lado de Lara Trump, esposa de Eric.
El ascenso de Musk, que se mueve dentro de la burbuja que envuelve a Trump como un asesor de primera línea y de extrema confianza, no tiene parangón.
Otros empresarios multimillonarios han jugado en política, como George Soros; los hermanos Charles y David Koch; Rupert Murdoch, dueño de News Corp; Michael Bloomberg, que fue alcalde de Nueva York y buscó la presidencia sin éxito hace cuatro años, o Jeff Bezos, dueño de The Washington Post y Amazon. Pero ninguno de esos hombres de negocios ha tenido antes tanta influencia en una elección o en un futuro gobierno.
Musk fue uno de los principales donantes de la campaña de Trump –volcó más de 118 millones de dólares a su candidatura, según Open Secrets, un sitio que rastrea aportes privados–; y ahora es uno de los arquitectos de la futura administración. A diferencia de otros empresarios, no opera detrás de escena, en las sombras, sino que su injerencia está a la vista de todos.
“Esto, como tantas cosas sobre Trump, no tiene precedentes. Tendremos que ver hasta dónde llega esto, pero estoy pronosticando que muy lejos”, dijo a La Nación de Argentina Barbara Perry, profesora de la Universidad de Virginia, donde dirige un programa de historia sobre la presidencia. “Están convirtiendo a la república democrática norteamericana en una oligarquía”, afirmó.
Aún resta ver cuál será la influencia real de Musk una vez que Trump se instale de nuevo en la Casa Blanca. De momento, parece omnipresente. Aparece con Trump en la foto familiar, en el Trump Force One, en un almuerzo o cena en Mar-a-Lago, en Washington, en una pelea en Nueva York de Ultimate Fighting Championship (UFC) o en el lanzamiento en Texas de su cohete más grande, Starship.
El dueño de X también fue testigo de la primera llamada entre Trump y el presidente de Ucrania, Volodimir Zelensky.
Participó del armado del próximo gabinete, en privado y en público, usando su red social para marcar posiciones, respaldar o rechazar iniciativas y alzar o bajar el pulgar a los aspirantes, aunque sin éxito garantizado: su favorito para el Tesoro, el financista Howard Lutnick, perdió la pulseada con Scott Bessent, el elegido por Trump. Musk se reunió con el embajador de Irán ante las Naciones Unidas en Nueva York para discutir cómo desactivar tensiones con Teherán, según el New York Times. Y acompañó también a Donald Trump en su primer viaje a Washington como presidente electo.
“Vamos a sacudir las cosas, va a ser una revolución”, prometió en la cena de gala del America First Institute, think tank del trumpismo, también en Mar-a-Lago, donde se vio con el presidente Javier Milei. Musk se anotó en primera persona cuando dijo, en ese mismo discurso, que el pueblo “nos ha dado” un claro mandato.
El “virus mental ‘woke’ ”
Trump creó una nueva agencia para darle carta blanca a Musk en el rediseño del Gobierno federal: el Departamento de Eficiencia Gubernamental, que el hombre más rico del mundo comandará junto a Vivek Ramaswamy, otro multimillonario que apuntaló la candidatura presidencial republicana este año. “¡Afuera!”, tuiteó Ramaswamy, haciéndose eco de uno de los slogans de campaña de Milei. Al anunciar la creación de la agencia, Trump dijo que el dúo “allanará el camino para desmantelar la burocracia gubernamental, recortar las regulaciones excesivas, recortar los gastos innecesarios y reestructurar las agencias federales”. Una ancha potestad.
Musk ha enmarcado su inmersión en la alta política como una cruzada para preservar la libertad –la esencia de Estados Unidos–, salvar la democracia y, en última instancia, a la humanidad.
Ha jurado destruir el “virus mental ‘woke’ ”, en referencia a la ideología de movimientos a los que culpa, entre otras cosas, de haber “matado” a uno de sus 12 hijos, Xavier, que ahora es una mujer transgénero y se llama Vivian Jenna Wilson. La relación entre ambos está rota. “Ya no veo mi futuro en Estados Unidos”, dijo Vivian luego del triunfo de Trump, respaldado por su padre.
Batallas culturales y familiares de lado, Musk va camino a beneficiarse enormemente de la segunda presidencia del republicano. Un aperitivo: la acción de Tesla, su empresa insignia y el mayor fabricante de vehículos eléctricos, aumentó más de un 32 por ciento desde la elección, elevando el valor del patrimonio de Musk en casi 60.000 millones de dólares.
Tesla capitalizó la política de subsidios a los autos eléctricos que implementó el gobierno de Joe Biden para reforzar la lucha contra el cambio climático, una medida que Trump amenazó con eliminar. Musk se mostró despreocupado, afirmando que deberían quitarse todos los subsidios, incluidos los referidos al petróleo y al gas. Aun si Trump avanza con ese recorte, su política proteccionista de aranceles elevará la barrera para los autos eléctricos chinos –más baratos–, y Musk además podría obtener exenciones para los componentes importados de sus vehículos, evitando un alza en sus costos.
El retorno de Trump a la Casa Blanca tendrá implicaciones también para las otras empresas de Musk, que están sujetas a las reglas y regulaciones de Estados Unidos. Una en particular sobresale: SpaceX. La compañía de cohetes y naves tiene múltiples contratos con la Nasa, la agencia de exploración espacial del Gobierno federal. Ya en 2022, SpaceX había escalado hasta convertirse en la segunda empresa contratista de la Nasa, superando a Boeing. Varios de esos convenios están vinculados a las operaciones de la Estación Espacial Internacional. Pero SpaceX es además una de las compañías involucradas en las misiones Artemisa, inauguradas por Trump, que llevarán al hombre de regreso a la Luna.
Musk mira más allá. Su verdadera obsesión es Marte. Y en esa cruzada, Trump es su principal socio. “Es mi plan. Voy a hablar con Elon. Elon, pon en marcha esos cohetes porque queremos llegar a Marte antes de que termine mi mandato”, arengó Trump en septiembre, en uno de sus actos de campaña. Musk posteó el fragmento del discurso con un mensaje: “¡Genial!”. Al día siguiente, publicó un texto mucho más extenso en el que anticipó que SpaceX lanzará cinco misiones sin tripulación a Marte en dos años, y se refirió a las expediciones al planeta rojo como una carrera para salvar a la civilización.
El objetivo Marte
“Eventualmente, habrá miles de naves espaciales que irán a Marte y será un espectáculo glorioso de ver. ¿Pueden imaginarlo? ¡Guau!”, escribió Musk.
“La pregunta existencial fundamental es si la humanidad se vuelve sosteniblemente multiplanetaria antes de que algo suceda en la Tierra para evitarlo, por ejemplo, una guerra nuclear, un supervirus o un colapso demográfico que debilite la civilización hasta el punto de perder la capacidad de enviar naves de suministro a Marte”, advirtió después.
En ese mismo posteo, cuando el desenlace de la elección todavía era un enigma, Musk atacó a la “montaña de burocracia gubernamental” y sostuvo que un eventual gobierno de Kamala Harris iba a asfixiar a Estados Unidos. “Esto destruiría el programa de Marte y condenaría a la humanidad”, remató.
Ahora, uno de los focos de su nuevo trabajo será liberar las riendas de la exploración espacial, entre otros negocios. Un empresario con autoridad de regulador, una inédita intersección con una amplitud de poder y margen de maniobra que, naturalmente, abren interrogantes.
“Digamos que, en el camino a la Luna, el cohete SpaceX de Elon Musk y la cápsula explotan, y perdemos tres astronautas. Si Elon Musk es el mejor amigo de Donald Trump, ¿va a haber una comisión independiente para averiguar qué salió mal? Eso es solo un ejemplo”, planteó Perry.
“Hay un hilo antigubernamental que se extiende desde nuestra fundación a través de la sangrienta guerra revolucionaria”, encuadró la historiadora. Musk aparece al final de ese hilo.
Trump lo arropó con una oración en el discurso de victoria que brindó en Mar-a-Lago luego de su triunfo, en el que Musk tuvo una cuota no menor de responsabilidad. Lo llamó “el gran ajustador”.
“Es un personaje, es un tipo especial, es un súper genio”, dijo Trump. “Tenemos que proteger a nuestros genios, no tenemos muchos”, remató.
Rafael Mathus Ruiz
La Nación (Argentina) – GDA
Corresponsal en Washington