Por estos días ha causado mucho ruido la ley promulgada en Australia que prohíbe el uso de las redes sociales (RS) a menores de 16 años y el proyecto de ley que en Colombia le prohibiría el uso de las mismas a los menores de 14, y que incluye un toque de queda digital para acceder a esos perfiles entre las 10 de la noche y las 6 de la mañana.
Las anteriores restricciones obligarían a los gigantes tecnológicos a bloquear dichos perfiles en ese horario, lo que significa decirles a los propietarios de las RS que oficien de guardasofás, como en el caso del que vendió el sofá cuando encontró a su esposa siéndole infiel en su sala. Menos ruido ha causado el que Colombia fuera escogida como sede de la próxima Conferencia Mundial de Alfabetización Mediática e Informacional (AMI), Global AMI, convocada por la Unesco.
El daño ya está hecho. En los últimos 30 años, las recientes dos generaciones crecieron al lado de la tecnología y nos inventamos una serie de términos para referirnos a ellos, exaltando su disposición hacia los dispositivos electrónicos y los graduamos de “nativos digitales”, mientras que los mayorcitos adquirimos el deshonroso calificativo de “inmigrantes digitales”.
Hoy, dos generaciones después, queda claro que la calificación de nativos digitales les quedó grande a los llamados millennials y a los miembros de la Generación X, Y o Z y que no es tan cierto que sean más hábiles que los demás mortales en el uso de la tecnología y que el multitasking o multitarea es una falacia aupada por seudocientíficos pagados por las grandes multinacionales de la tecnología. Amén que convertimos el teléfono inteligente en un biberón electrónico causándoles daños, aún no terminados de analizar, en el desarrollo cognitivo y metacognitivo de los bebés y niños menores de cinco años, pero acerca de los cuales ya hay estudios que indican que se produce una atrofia neurológica y, no al contrario, como lo afirmaban y afirman –todavía– apóstoles y gurús de la tecnología.
Por otro lado, estamos viviendo la ‘Era de la Polarización y Desinformación’. Adiós, ‘Sociedad de la Información’ y mucho más lejana aún la ‘Sociedad del Conocimiento’. Los títulos de los libros que nos hablan de esto ya no son novedades sino el pan diario. Incluso, la última obra del reconocido historiador Yuval Noah Harari, Nexus, habla de estos temas.
El título completo de la obra lo dice todo: Nexus, una breve historia de las redes de información desde la Edad de Piedra hasta la IA. Y la bibliografía clarividente, casi apocalíptica, es extensa y, como en el caso de Harari, en la mayoría de los casos, el título lo dice todo: El capitalismo de la vigilancia, de Shoshana Zuboff; La singularidad está cerca: cuando los humanos trascendamos la biología, de Ray Kurzweil; La máquina del caos: la historia interna de cómo las redes sociales reconfiguraron nuestras mentes y nuestro mundo, Max Fisher; Diez razones para borrar tus redes sociales, Jared Lanier; La masa enfurecida: cómo las políticas de identidad llevaron al mundo a la locura, Douglas Murray; Privacidad es poder, Carissa Veliz; La ola que viene, Mustafa Suleyman y Michael Bhaskar; El valor de la atención, Johann Hari y un muy largo etcétera de libros y artículos científicos que este humilde catedrático de provincia no ha tenido el tiempo para leer.
Pero el último libro que he leído me ha impactado y ha terminado de apuntalar una visión que he venido adquiriendo y compartiendo con quienes me honran leyendo mis columnas en Portafolio y mis colaboraciones para EL TIEMPO y otros medios.
‘Cretinos’ Digitales
Michel Desmurget es PhD en Neurociencia y director del Instituto Nacional de la Salud y la Investigación Médica de Francia. Con el libro La fábrica de cretinos digitales obtuvo el Premio Nacional de Ensayo Femina. Se trata de una enjundiosa obra en la cual desmenuza y destruye una serie de mitos que ha creado la industria para magnificar las bondades de la tecnología, como dije anteriormente.
Pero lo más importante, entre muchas otras cosas valiosas de la obra, arranca con una pregunta en la contraportada que ha sido una cantaleta en muchos textos y conferencias mías: “¿Por qué los grandes gurús de Silicon Valley prohíben a sus hijos el uso de pantallas?”.
Cuando compré el libro y vi eso en la contraportada, quedé estupefacto. Me sentí anonadado no solo de coincidir con semejante científico, sino que, también, me haya anticipado a verlo venir y decirlo y apropiarme de ese concepto hace rato.
Hoy, está claro que los dispositivos electrónicos junto con las redes sociales y los videojuegos causan una adicción muy grave para nosotros porque, además, la hemos normalizado, y hasta ahora la ciencia y la medicina comienzan a escudriñar los intríngulis del daño que nos ha hecho el uso y el abuso de la tecnología, tanto en menores de edad como en adultos.
El impresionante aumento de suicidios juveniles más todo el daño neurológico derivado en trastornos del comportamiento que hemos venido observando en niños y jóvenes en los últimos años, son consecuencia de nuestra laxitud en el uso indiscriminado de dispositivos y aplicaciones digitales porque, según la industria, mejoran nuestra vida y nuestras habilidades y competencias; y nada tan alejado de la realidad, como lo demuestra el Dr. Desmurget.
Suecia, Finlandia y Noruega, países pioneros en el uso de la tecnología en las aulas de clase, han sacado todas las tabletas y han llenado los salones de libros. Esta decisión, que supone un punto de inflexión en su sistema educativo, parte de una reflexión sobre cómo las pantallas estaban afectando negativamente al aprendizaje de los estudiantes.
Los países están apostando por volver a lo básico: libros de texto, papel y bolígrafo. Ya hay estudios que demuestran que las pantallas no ayudan a desarrollar la motricidad fina y que inhiben la motricidad gruesa en niños con uso excesivo de tabletas o celulares. Necesitamos niños que garabateen y rayen. Que se unten de barro y brinquen. Necesitamos niños aprendiendo y disfrutando de juegos de mesa que estimulen su discernimiento, y los necesitamos aprendiendo música y danza que estimulen su creatividad. Necesitamos menos tabletas en las aulas y más libros y guitarras.
Pero, como dice Desmurget, hemos creado un par de generaciones de cretinos digitales que se creen superiores porque son capaces de textear con los pulgares a la velocidad de la luz y asumen que los demás somos cavernícolas. Una vez más, algo muy alejado de la realidad al revisar sus competencias y habilidades digitales.
Este autor ha encontrado profesionales jóvenes que utilizan un smartphone de gran calidad para “wasapear”, “facebukiar” o “instagramiar” y hablar, subutilizando una herramienta que hoy suele ser más poderosa que muchos computadores de hace 10 o 20 años, por no decir más.
He sido un evangelizador de la tecnología. Estoy convencido de que el buen uso de la tecnología ha permitido transformaciones importantes en la humanidad y ahí están los ejemplos de siempre: aprender a usar el fuego, la aparición de la rueda, el uso de dispositivos externos para conservar nuestras ideas (la escritura y las tablillas de arcilla y luego la imprenta), la máquina de vapor, la electricidad, el telégrafo, el teléfono, el PC, Internet y la famosa IA. Pero, desde el primer momento que comencé a leer y a escribir acerca del impacto de la tecnología en nuestras vidas, entendí que esta iba A crear unas nuevas desigualdades e inequidades y, hoy, el tiempo me ha dado la razón.
Alfabetización mediática Los algoritmos no solo han capturado nuestra atención, sino que han actuado con sesgo y han desestabilizado los cimientos de la democracia en todo el mundo, para bien o para mal y después de descubrir el potencial de las RS en la Primavera Árabe, ha sido más para desgracia de la humanidad.
Hoy no hay duda acerca de cómo pueden influir las RS en nuestro pensamiento. La polarización, al extremo, se ha apoderado de todas, o casi todas, las esferas de nuestra vida. Tristemente, el último reducto de objetividad y ponderación que quedaba eran los periódicos escritos y algunos noticieros de radio y televisión, pero han ido perdiendo terreno con los medios digitales y las RS. Y mientras tanto, nuestros niños y jóvenes llegan a un mundo digital hostil, violento, mentiroso y lleno de falsedades. Y llegan desnudos, sin armadura que les permita repeler semejante ataque en el mundo digital. Para eso nació la AMI y Colombia suscribió el compromiso de implementarla, pero, realmente, lo que se ha hecho es muy poco, por no decir que pobre.
Obviamente, es justo que el ministro Mauricio Lizcano y el viceministro Belfor Fabio García saquen pecho porque nuestro país haya sido escogido para la próxima Global AMI, pero –como es en octubre del año entrante– tienen tiempo de enmendar la plana y junto con el Ministerio de Educación adelantar la implementación de la Cátedra de Alfabetización Mediática e Informacional en diferentes territorios para que cuando llegue la Cumbre tengan algo concreto qué mostrar.
Ahora bien, lo más importante es que podamos llegar al mayor número posible de niños, jóvenes, docentes y padres de familia porque la Cátedra AMI debe abarcar todos los estamentos de nuestras instituciones educativas, porque nada haríamos educando a niños y jóvenes sin que los docentes y padres de familia entiendan la importancia de contar con mejores herramientas para el uso y apropiación de la tecnología sin que ella nos absorba y nos consuma.
La preocupación hoy debe ser la AMI, no la inteligencia artificial (IA). Un reciente y esclarecedor artículo de Manuel G. Pascal en El País de España nos habla de Dos años de ChatGPT: del deslumbramiento total a la caída en el ‘valle de la decepción’ y dice, entre otras cosas: “… La herramienta que disparó la carrera por la inteligencia artificial generativa ha evolucionado, pero menos de lo que se predicó. Los científicos no esperan avances rompedores inmediatos en la disciplina”.
Hoy, todo esto, lo he afirmado varias veces, está creando unas nuevas desigualdades y generando una nueva clase de desarrapados, los ‘Marginados Digitales’. Seres cuya formación es básica y elemental, que jamás se leen un libro y cuya única fuente de información son las RS. Son seres alienados, zombis, manipulables por las RS y por los líderes populistas de derecha o de izquierda, que están reconfigurando el mundo a su acomodo, como lo demuestra la enorme y perniciosa influencia del hombre más rico del mundo, Elon Musk, y dueño de X, en la reciente elección del presidente de Estados Unidos, Donald Trump.
Nuestro mundo de hoy no es la Matrix, pero el desorden que se está apoderando de él nos va a llevar a algo peor.
Nicola Stornelli García – Especial para EL TIEMPO