Martin y Laura Bradley viven en Halifax, un viejo pueblo industrial bajo las altitudes borrascosas de West Yorkshire. Cuando hay vendavales, que generan un excedente de electricidad de turbinas eólicas en el páramo, sus teléfonos reciben una notificación, como una que les avisó de un descuento del 50 por ciento un sábado de octubre.
Los Bradley conectaron su auto eléctrico Kia, pusieron una carga en la lavadora y se dispusieron a trabajar en su pastel de frutas navideño. “Ya que esto tarda cuatro horas para hornearse en mi horno eléctrico, ¡este es el momento perfecto!”, dijo Laura Bradley.
Las alertas telefónicas a los Bradley y miles de personas más son parte del plan de Gran Bretaña para alejar por completo al sistema de electricidad de la nación de los combustibles fósiles para el final de la década —la meta más ambiciosa de cualquier economía industrializada.
Eso significa construir muchos más proyectos solares y eólicos, así como montones de baterías y líneas de transmisión. También requiere persuadir a millones de británicos de los beneficios —sobre todo para su bolsillo.
Es aquí donde entran las alertas. Octopus Energy, el proveedor de energía eléctrica más importante del País, opera nueve turbinas eólicas en las colinas que dominan Halifax. Cuando hay rachas de viento, y abunda la energía, ofrece descuentos. Los Bradley dicen ahorrar más de 400 libras (517 dólares) al año.
El programa es uno de varios experimentos creativos al tiempo que Gran Bretaña intenta convencer a un público reacio de que renunciar a los combustibles fósiles puede mejorar sus vidas.
Ripple Energy, una startup de Londres, invita a la gente a comprar parte de una turbina eólica a cambio de un descuento en recibos de luz. Y en el norte de Londres, un desarrollador ha hecho mancuerna con Octopus para vender casas que operan únicamente con energía eléctrica —y cuyos ocupantes reciben electricidad gratis durante al menos cinco años.
El cambio climático es un tema difícil de vender en un lugar como Grimsby, un ex poblado pesquero donde escasean los empleos, salvo en la industria marítima de petróleo y gas.
Es por eso que Vicky Dunn, una ambientalista de muchos años, omitió el argumento de ventas ecologista y les preguntó a dos tiendas, un albergue juvenil y un centro de cuidados paliativos si les gustaría reducir sus recibos de luz al colocar paneles solares en sus azoteas.
Aceptaron.
El beneficio intangible fue granjearse a la comunidad en cuanto al bajo costo de la energía solar, apuntó Dunn.
“La transición energética es necesaria”, dijo. “Pero tienes que convencer gente”.