Pese al resultado de las elecciones presidenciales y legislativas del pasado 6 de noviembre en Estados Unidos, el futuro presidente, Donald Trump, no la tendrá fácil a la hora de cumplir con sus promesas de gobierno y avanzar en su ambiciosa agenda a partir del próximo 20 de enero.
Si bien Trump se impuso con cierta comodidad en los comicios y los republicanos controlarán ambas cámaras en el Congreso, su margen de error será mínimo, o casi cero en algunos casos.
Por supuesto, parte de su agenda será implementada a punta de órdenes ejecutivas que no requieren la aprobación del legislativo, aunque sí de revisión judicial en caso de ser demandas.
El partido de Trump tendrá 220 curules frente a las 215 de los demócratas, que antes recuperaron dos escaños en este ciclo. Dado que la mayoría necesaria para aprobar una ley es de 218, los republicanos solo podrían perder el voto de dos congresistas en cada votación.
Dado el enorme poder que tienen los presidentes en este país, especialmente en temas migratorios, económicos y seguridad nacional, eso se traducirá en cambios concretos que, para bien o para mal, impactarán la vida de millones.
Dicho eso, el grueso de su agenda tendrá que recibir el aval del Congreso, que es quien le autoriza los fondos para gobernar y el único que puede aprobar leyes que le permitan realizar cambios más estructurales y a largo plazo.
Y es allí donde se vislumbran los primeros obstáculos.
La semana pasada, y tras un mes de las elecciones, finalmente se decantó la última carrera pendiente en la Cámara de Representantes con la victoria del demócrata Adam Gray en California.
Y aunque no fue suficiente para alterar la mayoría -algo que ya se sabía- sí confirmó que los republicanos gobernarán con una de las mayorías más pequeñas de toda la historia.
A partir del 6 de enero, el partido de Trump tendrá 220 curules frente a las 215 de los demócratas, que antes recuperaron dos escaños en este ciclo. Dado que la mayoría necesaria para aprobar una ley es de 218, los republicanos solo podrían perder el voto de dos congresistas en cada votación.
Las cosas son aún más estrechas si se tiene en cuenta que hay tres curules republicanas que arrancarán vacías el año entrante. La de Matt Gaez, que tras su fracasada nominación a la Fiscalía General, renunció a su curul, la del también congresista Mike Waltz, que fue nombrado Asesor de Seguridad Nacional, y la de Elise Stefanik, que ocupará la embajada ante la ONU.
En otras palabras, arrancarían con una mayoría de solo 217 versus 215. Es decir, una sola defección causaría empate y el hundimiento de cualquier norma.
Las tres curules serán eventualmente asignadas a lo largo del año a través de elecciones especiales. Y las tres, muy probablemente, volverán a ser ocupadas por republicanos pues corresponden a distritos donde tienen claras mayorías.
Aun así, estarán vacías durante los momentos más críticos de la administración -sus primeros 100 días de gobierno- cuando la meta es anotarse varias victorias legislativas.
Entre ellas una reforma tributaria para ampliar las deducciones de impuestos, y un paquete enfocado en la migración ilegal que buscaría darle al presidente los fondos que requiere para deportar a millones y construir un muro en la frontera con México.
Y aun cuando recuperen los escaños (probablemente a finales de abril o mayo) la diferencia seguirá siendo mínima.
Donald Trump dice que tiene el mandato ciudadano para gobernar
Aunque Trump probablemente exigirá el apoyo de todos los legisladores del partido, alegando que los estadounidenses le dieron un gran mandato, lo cierto es que eso es mucho más complicado de lo que suena.
Un porcentaje importante de esos congresistas fue electo en distritos moderados y podrían perder sus curules en dos años si se suman a proyectos muy controvertidos. Y otros, los de extrema derecha o los llamados conservadores fiscales, también presionarán para que se incluyan sus prioridades o se eliminen medidas.
De hecho, cuando queda poco para que se posesione el nuevo Congreso, ya se habla de fuertes tensiones al interior del partido tanto por temas ideológicos -los conservadores fiscales se oponen a elevar el presupuesto sin primero recortar el gasto- y de procedimiento, pues hay disputas sobre las prioridades de Trump y su viabilidad de avanzar en el legislativo.
“Pues hagan la cuenta. No nos sobra espacio alguno”, dijo Mike Johnson, presidente de la Cámara, cuando se le preguntó por la situación.
Como se recuerda, los republicanos, que recuperaron el control de la Cámara baja en el 2022, se vieron a gatas para gobernar precisamente por la estrechez de su mayoría (solo cinco votos) y el poder que eso le dio a las facciones más pequeñas dentro del partido.
A partir de enero su mayoría será aún menor.
¿Cuál es la situación de los republicanos en el Senado?
Por el lado del Senado la situación es un poco más holgada (tienen 53 asientos frente a los 47 demócratas). Pero aun así sigue siendo un margen apretado para una cámara donde muchos representan a estados moderados o “bisagra” que tampoco se alinearían a opciones extremas. O no ha todas.
Especialmente aquellos que buscan reelegirse en dos años y podrían quedar expuestos si las respaldan (las curules al senado son de seis años, pero un tercio de los 100 asientos se renueva cada dos años).
Adicionalmente, el senado suele tener sus propias prioridades y tiende a ser un poco más “centrista” que la Cámara por lo cual es probable que emerjan disputas a la hora de conciliar ambas agendas. De paso, dadas las normas internas en esta cámara, por lo general se requiere el consenso de 60 senadores para evitar la figura del filibustero, es decir cuando un senador toma la palabra para hablar de manera interminable e impedir que se aprueban las normas.
Si bien existe una herramienta para saltarse la figura y aprobar las leyes por mayoría simple (se llama “reconciliación” y solo se pude usar cuando se trata de temas relacionados con el presupuesto y no ideológicos), es engorrosa y rara vez se usa más de dos veces en un año.
En otras palabras, y a pesar del mandato con el que entra Trump, la estrecha mayoría legislativa ya está poniendo en perspectiva las posibilidades reales que tendrá su agenda a la hora de materializarse.
Así mismo, la narrativa de que Trump arrasó en las pasadas elecciones y por lo tanto tiene “permiso” para imponer hasta los elementos más extremos de sus propuestas, también ha comenzado a cuestionarse.
Si bien Trump ganó con comodidad el conteo para el Colegio Electoral -que es el que cuenta pues elige al presidente-, el voto popular habla de una elección mucho más apretada de lo que parece.
El republicano, de hecho, ni siquiera obtuvo el 50 por ciento o más de los votos (49.9 vs. 48.4 por ciento de Kamala Harris, o un 1.5 por ciento de diferencia) y la superó solo por 2.2 millones de sufragios (77.2 millones frente a 75 millones de la vicepresidenta).
Para ponerlo en contexto, en los comicios del 2020 Joe Biden obtuvo el 51,3 por ciento frente al 46,8 de Trump, le sacó 7 millones de votos, y los demócratas ganaron el control tanto de la Cámara (235 curules) como del Senado.
Y, pese a ello, nadie habló de “barrida” en ese momento.
Aunque los contextos son diferentes y siempre existe un período de luna de miel con los nuevos presidentes, la pírrica ventaja con la que arrancan los republicanos y la perspectiva de perder el control del Congreso en dos años si se equivocan, con seguridad marcaran la agenda legislativa y los pronósticos para el nuevo presidente.
SERGIO GÓMEZ MASERI
Corresponsal de EL TIEMPO
Washington