Cinco hermanas y su hermano varón se amontonaron alrededor de una pequeña televisión en su modesta casa de cemento para ver el más nuevo episodio de su programa favorito, una comedia dramática titulada “Gidan Badamasi”.
En el 2023, todo el mundo hablaba de la serie en su suburbio de Kano, la segunda ciudad más grande de Nigeria, donde los niños se sientan en la banqueta todas las tardes para memorizar el Corán.
Y casi todos conocían a alguien como el irresponsable protagonista del programa: un acaudalado divorciado serial que había tenido 20 esposas y tantos hijos que había perdido la cuenta —y era demasiado tacaño para mantenerlos.
El tema del programa —las consecuencias de tener demasiados hijos— es un problema urgente para muchos en África, donde un prolongado auge de nacimientos está impulsando a la población más joven y de más rápido crecimiento del mundo, incluso mientras las tasas de natalidad se desploman en regiones más ricas.
Esto abre grandes oportunidades potenciales para el crecimiento económico, pero también enormes retos para sociedades que necesitan educar y dar empleo a todas estas personas.
No obstante, la tasa de natalidad en África también disminuye gradualmente: ha caído alrededor de 38 por ciento en los últimos 60 años. Esto se debe en gran parte a la educación, la economía y las actitudes cambiantes sobre el tamaño de las familias, a la vista en conversaciones incitadas por programas como “Gidan Badamasi”.
“Es muy mala costumbre tener hijos que no puede cuidar”, afirmó Sani Ibrahim, de 53 años, un director de escuela y el padre de los seis hermanos.
Sani provenía de una familia numerosa, pero había querido “dos o máximo tres” hijos, declaró. Culpó a su esposa de tener seis. “Es un problema para mí tener tantos hijos”, comentó.
Las familias solían vivir en amplios complejos y los niños eran cuidados por toda una familia extensa. Ahora, cada vez más viven en unidades más pequeñas en áreas urbanas.
Un número mucho más alto de niños llega a la edad adulta que hace 40 años, cuando uno de cada cinco niños africanos moría antes de cumplir 5 años.
Sin embargo, para las familias numerosas resulta caro pagar los gastos escolares, como bien lo saben Sani y su esposa, Fatima Ado Saleh, de 37 años.
Sani a duras penas podía costear un costal de arroz de 42 dólares con su sueldo mensual de 72 dólares. El pago anual de la renta de unos 120 dólares estaba a punto de vencer —y entre comida, ropa y cuotas escolares, no había juntado nada.
Sus dos hijas mayores, Saratu y Juwairiyyah —apodadas Baby y Nana— son niñas excepcionalmente brillantes.
Sani había conseguido que Baby, de 16 años, ingresara a una excelente escuela privada, con beca completa. Pero Nana, de 14 años, no había tenido tanta suerte. Sani reunió unos 9 dólares anuales para la escuela privada de Nana, pero el plantel era de mala calidad.
Y después de Baby y Nana, había cuatro niños más que educar.
En la mayoría de los barrios de Kano, hay clínicas que ofrecen pastillas, preservativos, implantes e inyecciones anticonceptivas gratis, muchos financiados por organizaciones internacionales. Pero persiste un tabú.
Muchos creen que el uso de anticonceptivos es antiislámico —pese a que media docena de clérigos de Kano aseguraron en entrevistas que era aceptable.
Luego de que nacieron sus bebés cuatro y cinco, ambos niñas, Fatima decidió que ya era suficiente. Pero luego, acudió a su clínica local para su siguiente inyección anticonceptiva y le dijeron que no la necesitaba, indicó ella.
“La enfermera dijo que ya tenía suficiente en mi sangre y que mi sangre estaba demasiado débil para tomar más”, señaló.
La hermana de Fatima, Samira, dudaba de esta historia. Creía que su hermana trataba de tener otro bebé. Como en muchas sociedades patriarcales, los hijos varones suelen ser más valorados que las hijas. Fatima recordó con amargura el día en que su suegra le dijo que estaba “dando a luz a unos lastres”.
Cuando quedó embarazada de su sexto bebé, Fatima rezó fervientemente para que fuera varón.
Pero tuvo otra niña.
Hoy, esa bebé, Asma’u, es una niña de 3 años muy querida. Pero como es mujer, Fatima dijo que ella y su suegra ya no se dirigen la palabra.
Nana, en particular, resiente profundamente el sexismo por parte de su familia paterna.
“Nos odias, pero haremos que te sientas orgullosa de nosotras”, recordó que le dijo hace poco a su tía.