Durante los últimos 20 años, la ficción literaria se ha convertido en una actividad mayoritariamente femenina. Las novelas cada vez más son escritas y leídas por mujeres. En el 2004, aproximadamente la mitad de los autores que figuraban en la lista de libros de ficción más vendidos de The New York Times eran mujeres y la mitad hombres; este año, la lista parece estar compuesta más de tres cuartas partes por mujeres. De acuerdo con múltiples reportes, las lectoras representan actualmente alrededor del 80 por ciento de las ventas de ficción.
Veo el mismo patrón en el programa de escritura creativa que he impartido durante ocho años. Alrededor del 60 por ciento de las solicitudes de ingreso provienen de mujeres, y algunos grupos de nuestro programa son exclusivamente femeninos. Como me dijo recientemente Eamon Dolan, vicepresidente y editor ejecutivo de Simon & Schuster, “el joven novelista es una especie escasa”.
La subrepresentación masculina es un tema incómodo en un mundo literario que, por lo demás, está muy en sintonía con esos desequilibrios. En el 2022, la novelista Joyce Carol Oates escribió en Twitter que “un amigo que es agente literario me dijo que ni siquiera puede conseguir que los editores lean las primeras novelas de jóvenes escritores blancos, por muy buenas que sean”. La respuesta del público fue rápida y cortante —no del todo sin razón, ya que el mundo del libro sigue siendo abrumadoramente blanco. Pero fue sorprendente la falta de preocupación por el destino de los escritores varones.
Para ser claros, recibo con beneplácito el fin del dominio masculino en la literatura. Los hombres gobernaron durante demasiado tiempo y con demasiada frecuencia a expensas de grandes mujeres a las que se debería haber leído. Tampoco creo que los hombres merezcan estar mejor representados en la ficción literaria; no sufren del mismo tipo de prejuicio que las mujeres han soportado durante mucho tiempo.
Pero, si te importa la salud de nuestra sociedad particularmente en la era de Donald Trump y las concepciones distorsionadas de la masculinidad que él ayuda a fomentar el declive y la caída de los literatos deberían preocuparte.
En las últimas décadas, los hombres jóvenes han experimentado un retroceso educativo, emocional y cultural. Entre las mujeres que se matriculan en universidades públicas, aproximadamente la mitad se graduará cuatro años después; la tasa de los varones es inferior al 40 por ciento. Esta disparidad seguramente se traduce en una disminución en el número de novelas que leen los jóvenes, a medida que profundizan en los videojuegos y la pornografía. Los hombres jóvenes que todavía muestran curiosidad por el mundo buscan con demasiada frecuencia estimulación intelectual vía figuras de la “androsfera”, como el conductor de podcasts Joe Rogan.
La marginación de los hombres jóvenes parece haber sido un factor importante en las elecciones presidenciales estadounidenses de este año. No había electores más comprometidos con Trump que los jóvenes blancos —y también le fue bien con los hombres hispanos y continuó logrando avances con los hombres negros.
Las novelas hacen muchas cosas. Entretienen, inspiran, desconciertan, hipnotizan. Pero leer ficción también es una excelente manera de mejorar el coeficiente intelectual emocional. Las novelas nos ayudan a formar nuestras identidades y comprender nuestras vidas.
No estoy diciendo que debamos declarar completo el progreso para las escritoras y centrarnos ahora sólo en los varones. La pregunta para mí es: ¿Qué será de la literatura y de la sociedad si los hombres ya no se involucran en leer y escribir? Las suertes de hombres y mujeres están entrelazadas. Por eso, por ejemplo, me aseguro de que mis alumnos varones lean “El Cuento de la Criada”. No es sólo su formación lo que importa; las mujeres también se benefician de la existencia de mejores hombres.
Esto me recuerda algo que la académica feminista bell hooks escribió una vez: “La vida me ha demostrado que cada vez que un solo hombre se atreve a transgredir los límites patriarcales” algo que estoy convencido de que la literatura permite hacer a los hombres— “las vidas de mujeres, hombres y niños cambian fundamentalmente para bien”.