Hace dos décadas y seis años, la solitaria y tranquila calle 70 con carrera 12, en el tradicional barrio residencial de Bogotá Quinta Camacho, vio interrumpido su cotidiano apacible por la llegada de una librería atípica no solo por su nombre irreverente para los católicos (no aparece en santoral alguno), sino por la modalidad de ventas que allí se inauguraba.
Venderían libros usados, actividad casi que exclusiva de libreros del centro de la ciudad. En esa época, finales del siglo XX, las librerías y en general los comercios eran inusuales en un área que se ha abierto a restaurantes, cafés y, cómo no, librerías en ambas modalidades.
Sin embargo, en ese diciembre de 1998, sus socios se santiguaron y se encomendaron a un santo al que le dieron vida para que los protegiera de la ruina y apostaron por hacer de su local un sitio no solo para vender y comprar libros, sino para la tertulia permanente que, con paciencia, fueron estimulando, la que fue creciendo y ha permanecido fiel.
En la actualidad, los hijos de esos primeros contertulios y hasta algunos nietos y nietas frecuentan la que ha sido el refugio de padres y madres que encuentran lo que buscan y que, casi siempre, sin citas concertadas se topan con viejas y nuevas amistades.
Para celebrar este aniversario, hace unas semanas abrieron el local adyacente para que los libros se puedan ver mejor, antes era misión imposible, y para que esa clientela que tiene algo que contar lo haga muy aireada.
La constancia los premió con este local adyacente, que estuvo por años arrendado a restaurantes y cafés y que por fin pudieron alquilar y habitar dedicándolo de manera exclusiva a literatura colombiana y a poesía. En el espacio de toda la vida quedaron los arrumes de literatura universal y rarezas en temas diversos como tauromaquia, deporte y ciencia.
Los profetas
Los fundadores de San Librario respondían a los nombres de María Luisa Ortega, Claudia Cadena, Camilo Delgado y Álvaro Castillo Granada.
Los dos últimos permanecen en esta sociedad, una sociedad que surgió por compartir la actividad de libreros: Camilo en el Fondo de Cultura Económica, por más de 20 años, y Álvaro (su primer trabajo como estudiante de Literatura) en la librería Enviado Especial, de propiedad de los periodistas Gloria Moreno de Castro y Germán Castro Caycedo, ubicada en el centro comercial Granahorrar, donde comenzó a labrarse una fama que no deja de crecer, por sus conocimientos y recomendaciones no solo certeras, sino iluminadoras.
A Camilo y Álvaro los unía, además, su gusto por la lectura y por ser compradores de libros usados. Y un atractivo de ñapa: en el negocio que estaban planteando no era necesario poseer gran capital.
La librería se nutrió en buena parte de libros de sus fundadores, sobre todo los de Álvaro, que hizo una purga estalinista de su inmensa biblioteca. También recurrieron a personas que ya vendían los libros de sus bibliotecas familiares a riesgo de que fueran a parar a bolsas de basura cuando murieran.
Una de las ventajas de vender libros usados, informa Álvaro, “es que el catálogo termina siendo infinito y el atractivo se multiplica porque el comprador algunas veces encuentra una edición rarísima, única, del texto que deseaba”.
El motor en las redes y de la librería en la actualidad es Álvaro porque Camilo goza de un buen retiro, aunque sigue profesando la fe del librero.
Para Álvaro, la propiedad de la librería significó uno de sus sueños no soñado.
No fue sencillo por la ubicación del local y por la situación económica de ese final del siglo XX. Y ahí San Librario les concedió el primer milagro.
“Un periodista –recuerda Álvaro muy agradecido–, Francisco Celis Albán, escribió un artículo en EL TIEMPO. Al final, incluyó la dirección y el teléfono, lo que nos hizo aumentar la clientela”. Ese recorte de la nota la muestra con satisfacción y está exhibido en uno de los muros del local.
Hasta los vecinos indiferentes que leyeron la nota se volvieron clientes habituales y aplaudieron la llegada de San Librario al barrio que protegían y siguen cuidando con esmero.
Cuando las dos socias se retiraron, en un año de vacas flacas el tándem de libreros recurrió a un préstamo que pagaron y que sería el primero y único en este periplo por la aventura de estimular la lectura y el amor por comprar ediciones que ya no se encuentran en el mercado.
En años más cercanos, 2020 y 2021, por el covid-19, percibidos como críticos para la mayoría de los negocios, para San Librario fueron buenos. Uno de los mejores momentos de las librerías. Estaban ya en las redes sociales –Instagram y Facebook–, que se volvieron su mejor vitrina.
“Desde esa época, a las cinco de la mañana pongo libros y hago comentarios sobre los mismos. Le dedicaba 19 horas todos los días. Las redes sociales para este negocio han sido un regalo, de cualquier parte de Colombia me llaman para vender o comprar y ese contacto ha incrementado el negocio. Las redes nos brindan el don de la ubicuidad”, cuenta Álvaro, con la alegría que lo caracteriza para hablar de una profesión a la que le debe tanto.
Él posee conocimientos enciclopédicos y memoria privilegiada, cualidades que lo han convertido en auxiliar de investigadores, escritores y lectores que recurren a él, quien siempre está dispuesto a ayudar sin recompensa distinta que la gratitud de la mayoría.
“No me faltan papelitos en los que voy anotando las solicitudes porque es mi oficio y porque me gusta encontrar lo que alguien necesita. Mi método de búsqueda es no buscar, pongo atención y cuidado especial. Mi mirada está alerta como la del mejor felino. No siempre acierto, pero en un 60 por ciento lo logro, aunque no me gusta dar porcentajes”, asegura.
Cazador de libros
“Traigo libros de Cuba desde hace 29 años. De autores y de temas que no circulan por estas latitudes. Soy comprador compulsivo de libros usados. De Buenos Aires traía dos o tres maletas, pero ahora no porque están muy caros”, dice Álvaro.
También ha comprado libros en Lima y en Caracas. En general, a todas las ciudades y pueblos a los que llega, la visita obligada son sus librerías y bibliotecas en venta gracias a algún enviado de San Librario.
Incluso, ha tenido el privilegio de ser el librero del nobel de literatura Gabriel García Márquez: “Esa relación ha sido un privilegio que he tenido en la vida de librero de ejemplares usados, no de ser su amigo, porque sería un tanto exagerado, pero sí de haber sido su librero, de haber podido hablar largo en muchas oportunidades. Relación que comenzó en 1996 y se extendió hasta el 2012. En Colombia lo vi un par de veces, nuestros encuentros fueron en Cuba. Al comienzo gracias a Eligio, su hermano, y a Margarita Márquez, su secretaria. El primer encargo que me hizo fue la primera edición de Arde París, de Dominique Lapierre y Larry Collins. La quería no por fetichista, sino porque esa edición tenía mapas y fotos que deseaba conocer”, recuerda.
Además, asegura: “Nunca le cobré un libro, sino que se los regalaba y a él tampoco se le ocurría pagarme, pero recibí no solo su aprecio, sino invitaciones inolvidables, me firmó todos los libros que le entregaba y me dio el privilegio de darme un nombre. Primero me decía Álvaro, luego un día me dijo libroviejero, pero cambió de opinión muy rápido. Mejor librovejero como ropavejero, sentenció. Su esposa también me llamaba así. Cuando uno estaba con él se volvía protagonista, no era él el centro, sino uno porque preguntaba y preguntaba y atento escuchaba al interlocutor. Quería saberlo todo. Generoso, amable, entrañable”… Álvaro es abundante en calificativos fraternos para nombrar esa “amistad” que tanta felicidad le generó y le genera.
Suceso desafortunado
Pero también su profesión le ha deparado uno que otro inconveniente, como cuando le robaron una de sus primeras ediciones de Cien años de soledad que había prestado a las directivas de la Asociación Colombiana de Librerías Independientes (Acli), que manejaron la librería Macondo en el estand de Macondo, en la feria del libro del 2015, dedicada al nobel, al año de su muerte. La Policía de Bogotá, en circunstancias excepcionales, hallaron el libro a los pocos días y dijeron que los ladrones lo iban a vender en el exterior por 60.000 dólares.
“Cuando me entregaron el ejemplar en un acto público que fue cubierto por todos los medios de comunicación nacionales y extranjeros, decidí que ese ejemplar lo donaría a la Biblioteca Nacional, como lo hice. Hace unos años, su actual directora lo puso en una urna al lado del diploma y la medalla del nobel. Ese ejemplar lo había comprado en Montevideo en una librería de usados: ‘Me pidieron siete dólares, regateé y me lo dejaron en seis’ ”, cuenta.
De librero a escritor
Álvaro ya ha escrito tres libros. Un librero, publicado por Random House; Con los libreros en Cuba, editado por la Isla de Libros, editorial cubana, y Librovejero, por el Fondo de Cultura Económica (FCE).
“El FCE me llevó a varias ferias. Mi gran sueño es que me inviten a la Feria del Libro de Bucaramanga, porque esa es mi patria chica”, acota.
San Librario es una de las librerías de venta de usados reconocida y querida. Reina para una feligresía siempre satisfecha de sus servicios, más ahora con la ampliación de su local para poder moverse sin miedo a tumbar esas pilas de libros que le dan carácter y personalidad únicos.
MYRIAM BAUTISTA
Especial para EL TIEMPO